martes, 15 de marzo de 2016

Me presento

Hoy cumplo 21 años.

Soy una sonrisa que se desborda en la cara. Una duda que no quiere saber que existe. La seguridad haciendo equilibrismos y el caos practicando meditación. Soy la delicadeza defendiéndose con uñas y dientes. Un error que se repite a sí mismo. Un jardinero en un campo de batalla. Una pena que quiere suicidarse por amor a la alegría. Soy la adicción al riesgo y todas las veces que me he llamado cobardía. El descaro sin fundamento y un silencio lleno de razones. Una niña que escribe sus memorias. Soy una línea quebrada en un gráfico de constancia. Soy un quiero, y un puedo en lista de espera. Una derrota tatuada en la piel. Un número que decide su valor y una ecuación que no quiere resolverse. Soy todos los recuerdos que me contarás dentro de unos años. Una niña que juega con la primera pieza de un dominó.

Tengo una rutina que es cárcel y palacio. Hay un "he vuelto" en busca y captura cuya recompensa soy yo. Un "para siempre" arrugado en la papelera. El dibujo de una varita mágica en mi corcho. Un tachón en mi agenda para este fin de semana. Ya no tengo raíces pero puedo volar. Tengo una mente psicópata encerrada en un rincón de mi cráneo, y otra enamorada de la vida que ya no quiere disimular. Una habitación en la que están prohibidas las fotos. Tengo un armario en el que me encantaría concertar visitas.

Vivo en el tren que une mis dos ciudades. Vivo en un lugar que existe porque trabajo para creer en él. Estudio la elasticidad de los límites desde que tengo memoria. También la manera de olvidar los motivos que tengo para preocuparme. Busco a atención sin llamarla, aunque a veces caigo en la tentación de mandarle un mensaje. Prefiero guardar fotos que rencores. Prefiero lento. Cerca que lejos. Mirar que hablar y tocar que mirar. Me sé el teléfono de una biblioteca a la que nunca he ido, y hace meses que debo dos libros sobre sexo a otra. Ofrezco compañía a cambio de naturalidad. Apunto mis principios para que no se me olviden. Lo único que es imprescindible es la sinceridad.

Soy mía, pero quiero compartir.

domingo, 13 de marzo de 2016

Tacones perdidos

Conozco un lugar, donde la luz viste de noche y arroja lentejuelas de colores que parpadean sobre los cuerpos de tribus tan sólidas como volátiles. Desconocidos se abrazan y saltan en corro, gritando a viva voz que “son la revolución”. El aire engorda en vapor y lame alientos de alcohol. Los posibles son certezas y la debilidad queda en la puerta. Las dudas son antifaces que se dejan en el perchero a 3 euros la vergüenza. Los talones y las miradas se clavan en pasos de bailes inventados, de musas que nunca seré más que hoy, que las soy todas a la vez. Me las creo, se las creen. Hoy lo soy todo.

Fluye, como un calambre cálido. Incontrolable. Empieza en los brazos, pasa por los hombros, sube a través del cuello y llega a dibujarme una sonrisa de autosuficiencia. La música es el guión, mi cuerpo el títere. No sé lo que viene a continuación, hoy no hay más exámenes que el de improvisar, el único requisito es hacerlo con firmeza. Aquí las meteduras de pata no son tal si se hacen hasta el fondo. No valen los atrevimientos a medias. Cuando el ridículo es la regla no es ridículo, es seguridad.

Este es un lienzo negro de tres dimensiones y azúcar en las suelas. Cada uno baila como quiere y todas las cartas son póker. Aquí aquel que no quiera poseer nada lo tiene todo. Todo aquel que haga el camino por el placer de caminar (o bailar), gana el oro. Aquí los que encuentran el sentido son los que no le buscan, le sacan de dentro, se le inventan. Se hacen los dueños porque no quieren jefes. Nada importa excepto el momento por unas horas. Y es contagioso. Hoy es hoy, mañana no existe.

Aquí estás, loca juventud. Llegas tarde. Te he esperado metida en estas medias un buen rato, pero has llegado precisamente cuando me he puesto los pantalones y he tirado los zapatos para bailar descalza. No te vayas, tú no. Decían por ahí que eras la fachada de una inmadurez bien vacía. Si no te conociera les daría la razón. De hecho, he llegado a odiarte, a despreciarte cuando los demás hablaban de ti. Pero hora tú y yo sabemos la verdad. Que por unas horas la vida es una cuestión de pies, caderas, miradas y alcohol. Que aquellos que apuntalan su pésimo envoltorio para poder gritarle al mundo que existen están equivocados. Que es exactamente hacia el otro lado. Que la fiesta eres tú y no un local con mucha gente en el que es imposible hablar. Que es una actitud y una sonrisa de pilla. Y sobre todo, y esto es la mejor parte, que no tiene por qué acabar cuando sale el sol porque, el placer, es un estado mental. Pero ellos no lo saben. No lo saben.


La solución para algunos problemas es darles una patada. No todo viene en los libros.


¡Resistencia!