En realidad es un número, pero yo ya lo he adoptado como un
símbolo, aunque los números, antes de ser cifras, son símbolos, ¿no? Entonces
yo me quedo con la juventud del 6, no con su madurez.
No es simétrico. La simetría es clara y va de frente, y parece ser que a mí siempre me ha gustado meterme en líos. Trato de romper la simetría inconscientemente, buscando encontrar algo estimulante al hacerlo. Es aburrida, predecible. La complejidad le
guarda a una más sorpresas. Hace que nada sea único, y qué hay mejor que tener
un sitio favorito, un libro favorito, unos labios favoritos, una persona
favorita y no dos iguales.
El seis no es simétrico, es un rebelde. Se negó a ser un círculo, rematadamente simétrico, poniéndose una cresta. Se la puso como
advertencia, “Ojo, que no soy un círculo, no soy redondo porque no quiero.
No soy un cero, soy un seis.”
Además le declara la guerra a la línea recta, a la
continuidad, al orden y al número 11. Le da voz a su madre, la línea curva,
para que hable por él, sensual como es la letra “S” que puso en su nombre.
Tiene una extraña
relación amorosa con el número 9. Aunque se declaran distintos a viva voz, se
atraen de manera innata. Hay algo que les recuerda a sí mismos en el otro. Lo perciben en el aire, un nosequé que les atrae sin remedio. Una
vez el seis se miró a sí mismo en un espejo cóncavo, y en vez de ver su cresta
vio su rabo. Era el número nueve, mirándole. O tal vez fuese él mismo boca
abajo, su yo más igual y opuesto. Se enamoró, quiso tocarlo y abrazarlo, pero
las yemas de sus dedos chocaron contra el frío espejo. Había dos números entre
ellos que les separaban. Esta es la historia de amor entre el 6 y el 9, cuando
el 7 y el 8 no miran, se guiñan el ojo que ambos tienen, soñando con fundirse el
uno con el otro, ahora sí, en una simetría que solo pueden sentir juntos y que
nadie más entiende.
Estoy ahogando un recuerdo. Lo entierro cuando aún sangra a chorros. Me siento como en esas películas en las que el asesino ahoga al amor de su vida con un pañuelo empapado en cloroformo, mientras con la otra mano le coloca con ternura el pelo en la oreja. Cuando llegué ya estaba todo perdido. Para cuando decidí acabar con esto tú ya habías sido víctima. De mí. Ahora trato de dormir a tu recuerdo para ver si así dejas de dolerme. Tu viejo tú es el que me duele, el que tenía en sus manos los hilos que salen de mi corazón. Esa ya no está, un día los cortó súbitamente y desde entonces no sé quién soy, ni cómo es posible que una vida pierda el sentido con un chasquido. Ni cómo he podido permitirlo.
Tu nuevo tú ahora va por ahí construyéndose un hogar con los ladrillos del que ha demolido, del nuestro, e invita a todos menos a mí, que veo su fiesta desde los escombros de enfrente.
Cuando quiero olvidar, mi conciencia me susurra cobarde. Yo me digo superviviente. No veo otra manera de volver al camino, a uno que sea sólo mío. Ya descarrilé hace tiempo. Tal vez sea el momento de volver, cargada de aprendizajes como arrugas fatigadas y la alegría comodín de alguien que lleva tiempo ahorrándola.
Pensé en tatuarme tu nombre, para que nunca pudiera traicionar a mis raíces a sabiendas. Enterrarlo en mi piel. No veo un sitio donde pueda descansar mejor, si fue allí donde aprendió a ser.
Me aferro a los posibles para no mirar atrás y que entonces vuelva a paralizarme el vértigo. Posibles de esos que no llegan, que son más bien cuentos de los que ya tienes la moraleja del luchador sin haber sucedido aún. Veremos.
Ahora tal vez la Navidad sea el billete excusa para regresar. Y quedarme en mí.
He vuelto con mis convicciones en la maleta, y la sonrisa absurda de quien vuelve a buscar lo que ahora aprecia y siempre derrochó. Y hoy tengo la sensación de que eso es suficiente para construir el principio de un para siempre en el que
mi niña bonita
soy yo.
Todo se precipitó, como siempre, después de un estruendo bronco. Tengo la sensación de haber pisado algo.
Y ese algo,
diminuto como un bichito,
pero vital,
ha muerto en el polvo
de una de mis huellas.
Pero, ¿de cuál?
Lo sé porque oí su exoesqueleto crujir bajo mi suela. Pero por más que reviso la historia no encuentro la frase, el número de la página en la que está enterrado.
Solo tengo ese eco
de cuando se rompió,
al dejar caer mi peso.
Y, si no puedo ponerles nombre a mis ilusiones muertas, seguirán apareciendo a su hora los fantasmas sin rostro que vienen a apretarme por las noches. Y me dicen "que se llama(n) soledad."
Ni viven ni mueren.
No sé cómo llamarles,
ni de qué recuerdo beben.
No puedo saber cómo matarles.
Me acompañan como el borrón antes un punto y final, que le ha negado el sentido a toda la novela que mi vida se ha molestado en escribir.
Para mi jamás morirán,
pero nunca más estarán vivas.
Aquellas ilusiones.
Estarán, supongo, encerradas en el cajón de los
juguetes rotos. Los que nadie tira. Donde está el guiño que le falta a una
sonrisa tuerta .)
Por lo que yo sé, hasta ahora prefiero a los callados. Son más sabios, más íntimos. Su voz pesa, aplasta a las de los demás, y a sus dueños. Ellos sentencian, no sugieren, y cuando es su momento nunca fallan.
Sin embargo, al otro lado del frente de combate, la osadía es un escudo excelente. Las palabras de un deslenguado chocan contra las de los otros y las deshacen en el aire, antes de que lleguen a atacarles. Es aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. Ellos están siempre alerta, con la metralleta cargada de frases en salidas de emergencia. Condenados por sí mismos a que su yo más puro muera atrapado tras una armadura de juicios de metal. Pero es cierto, no hay que olvidarse de que Nunca Jamás nunca jamás existió, y de que este mundo es Para Siempre en plena batalla. Ellos lo saben bien. Y qué triste es vivir en guerra.
En cambio los callados... Observan, se camuflan. Hilan fino y no tienen prisa. Más que callados son secretos. Agentes. Les cubre un velo de prudencia inquebrantable. Ellos también corren el riesgo de marchitarse consigo mismos dentro, pero no atacan, esperan el momento exacto. Su momento. Hasta entonces, absorben las palabras. Todas. Y con ellas trazan un mapa preciso del terreno. Aunque, en un mundo en el que hay más mierda que flores, ser un recipiente silencioso es garantía de convertirte en maceta para estiércol. Y hay tanta gente que defeca por la boca y luego no se limpia...
Entonces llega un día en el que alguien deja una semilla en lo alto de tu montaña de caca, o la trae el viento, o directamente ese alguien se entierra dentro porque hace más calor. Y crece una flor. No es más bonita que ninguna, sino que todas. Crece nutriéndose de toda esa mugre que han recogido los años. Una flor esbelta y hermosa. Fuerte.
Ahí va, sus ideas caminan con tacones y a ella no le hacen falta para alcanzar a ver los atardeceres. Es la envidia de todos esos insolentes charlatanes que, por supuesto, la atacan como saben, a susurros. Susurros que mueren bajo su caminar. Y ella se hace cada vez más guapa, más princesa, mas lista, más... Más cerca. De mí.
Explota los globos que guardan mis sueños, que están esperando su momento para nacer al tocar tierra firme. Lo hace con su alfiler de sastre de aventuras. Pum. Ella borra la palabra deseo para escribir cumplido.
Y es entonces cuando descose mi boca para por fin decirle: te quiero. Y no callar nunca más.
Así que, será cierto, perderemos mil batallas, pero la guerra es nuestra. A esto se gana con flores. Revoluciones y claveles. Ahora lo entiendo.
Es al final cuando los callados abrimos la boca para mandar callar. O no. Para dar las gracias. A los blablás. Esta flor está en mi maceta. Y es mía.
Brotó el verbo en torrente en mi cabeza. Esta tarde quise
gritarte una poesía. Seguro que no te ha importado, así que no te la he
enseñado. Ni la he escrito.
A veces resulta más placentero acariciar las ideas para que
no se rompan que catapultarlas a la realidad de un golpe. Son muy frágiles,
tanto como exigentes son los ideales.
Decía algo así como que tengo un montón de flores secas
encerradas en el peso de todas las páginas que hemos pasado, aplastadas por un
mar de epitafios que lapidan la prosa de nuestros pasados presentes. Puestas
ahí con la misión de mandarles un mensaje a nuestros futuros, para que al
reabrir nuestra historia nos invada el aroma de aquellos días y paremos a
replantearnos el ahora, si no es demasiado tarde. Como un mensaje lanzado al
mar en una botella, perdido en el océano del tiempo sin saber si encallará en
la playa de algún presente.
A mí por ahora sólo me han llegado zarzas envenenadas con
aroma a melancolía. Y no me pareció que mereciera la pena romper con realidades
flores frescas para terminar escribiendo espinos tristes.
Su yo de hace cinco años está tras un cristal. No la oigo.
No me oye. Sonríe al otro lado y me guiña un ojo. Tan feliz, tan invencible,
con esa convicción de que podíamos levantar el mundo con los brazos mientras
estuviéramos juntas. Golpeo el cristal con los puños y el vapor narra con su
dibujo cómo imploran mis manos. Quiero avisarle, desde aquí, con mis ojeras y
mis años cargados a la espalda. “Por favor, prométeme, por mi yo
de antes, que no dejarás que se vaya, que sabrás amarla y no matarla. Para no matarse a sí misma a largo plazo mientras a ti te mata a corto”.
Me
gustaría arrodillarme ante ella e implorarle, exigirle, rogarle con mis manos
tirando de su camisa mirándole a los ojos. Pedirle que a pesar de todo,
continúe, que yo lo haré por ella hasta el final, que no la abandonaré en ese laberinto oscuro en el que va a perderse, que seré su luz,
pero le ruego que ella lo haga también después por mí. Con la prisa de alguien que está
apunto de precipitarse a una eternidad en la nada, rasgaría el papiro del
pasado para darle unos segundos, antes de que vuelva a entretejerse todo, para que se escape por esa fisura y nos salve.
Entonces le pondría el mapa de nuestra historia en las manos, apretándolas con
las mías y deseándoles suerte a sus ojos, mientras yo caigo en la oscuridad del
nunca. Que aguante un poco más, que cumpla lo que firmó con su sangre, que no
se pierda en el frondoso laberinto de los argumentos y las razones, que busque
dentro de su corazón, que allí me encontrará y seré su refugio. Que me espere,
que le prometo que volveré después de la tormenta. Que no deje que al regresar yo no
encuentre más que la estampa del “demasiado tarde”, perfecta para llorar sola
en la lluvia. De rodillas ante mi destino.
Aguanta por favor, amor mío, aguanta.
Pero el cristal es demasiado grueso, y la veo al otro lado
haciéndome gestos, pretendiendo provocarme una sonrisa que me haga dejar de
llorar. Ya que es inútil, me quedaré quieta, de pie, con las manos rendidas a
las lágrimas y una sonrisa al ver de nuevo sus ojos verdes y lo guapa que
estaba. Me dejaré sentir, la grieta, la contradicción temporal que nos impide
comunicarnos, y, a pesar de la cual, llevo a la E de entonces en lo más hondo
de mi corazón, allí donde solo cabe ella, para poder verla jugar, reír y
disfrutar de lo que es solo suyo en ese momento. Viéndola con la conciencia de
haber descubierto un tesoro del que se ha hecho dueña. Y poder regresar siempre que lo necesite a este cristal. Así es como la recuerdo y así es como la llevo siempre conmigo, aunque no pueda volver a hablar con aquella chica de diecisiete años. Ni pueda romper mi futuro en un último beso con ella. No entiendo el presente. ¿Cómo puede esfumarse una montaña? Lo mismo nos ha pasado a nosotras. Tampoco sé nada del futuro, pero a mi chica de ayer le prometí mi vida. Se la entregaría otra vez. Estoy segura de que ella sí ocurrió, y eso me basta para enfrentarme a todo lo demás. La amo. A ella jamás le negaría nada. Ni
ella a mí. Prometo serte fiel, amado recuerdo.
I am lost, in our rainbow, now our rainbow has gone.
Overcast, by your shadow, as our worlds move on.
But in this shirt, I can be you, to be near you for a while.
There's a crane, knocking down all those things, that we were.
Hola niña. Aquí estamos otra vez. En realidad siempre supe
que tarde o temprano te darías cuenta, de que solo tú y yo sabemos pintarnos la
vida de acuarela. Las aceras son cascadas de colores cuando
paseamos juntas. El sol quiere cegarnos, persiguiéndonos a través de los huecos
que hay entre estos muros negros, los que levantamos entre nosotras y los de
esta ciudad, iluminando la escena más pura que acontece en su tarima. La piel de todos los enamorados se subleva en nuestros dedos cuando caminamos de la mano, derritiendo el aire. Si nos besamos se dan la vuelta las señoras a nuestro paso, de un chasquido, escandalizadas por semejante falta de vergüenza. Lo que no saben es que me la quitaron otras como ellas, a golpe de críticas. Y ya me queda poca. Menos mal.
En el fondo siempre supe que lo verías, que tú también
sigues necesitándome a mí, aunque hayas jugado a ser mala. La más mala e
insurrecta de todas las jóvenes que se creen rebeldes. Y tan bonita al frente
de tu revolución equivocada. Al final ese combustible de la novedad y el placer
se acaba, solo emana al principio en las relaciones corrientes. Menos para
nosotras, que funcionamos con otro tipo de calor. Lo sabía incluso cuando lo di
por muerto, como alguien que lo ha perdido todo pero guarda una última carta.
La última puta bala para volver a la Luna. Pero antes voy a dejarlo calentar,
de nuevo a fuego lento. Fuego sereno, como decía un libro.
El tablero ha regresado a su sitio. Vuelvo a ver las piezas ahora
que me recupero del golpe, de los ríos de sangre que brotaban de mi nariz, del
sudor y el hinchazón de mi frente, tirada en la silla de un viejo bar frente al
tablero. Como un gánster muy peligroso con el que han ajustado cuentas. Respiro
hondo y enfoco la vista, hasta que los cuadrados blancos y negros quedan fijos
en mis ojos. Enciendo un cigarro y me peino el pelo con las manos.
Se reanuda la partida. Ahora que he recuperado unos cuantos
peones en tu corazón, un movimiento precipitado puede devolverme al sitio del
que vengo. No hagamos ruido, y que las piezas regresen solas a su lugar, como
autómatas volviendo a casa en la penumbra. Recuperaremos a la reina. La
naturalidad y el tiempo la traerán. Pero, de mientras, que los peones no se delaten.
Mías blancas, como siempre.
Tell me, is this where I give it all up? For you I have to risk it all Because the writing's on the wall
Al final todos volvemos. A lo que pasaba antes de nuestras
aventuras de jugar a ser adultos. A aquellas heridas en las rodillas, y después en el
corazón, pero a ese no se le pueden poner tiritas de colores. Porque aquello que
pasaba cuando no sabíamos sumar es lo único que permanece, lo que nos hizo ser
lo que somos, más allá del amor, de la competitividad, del fracaso, del éxito y
de la gente que entra y sale de nuestras vidas. Y ojalá nunca hubiera sabido de
números.
La música que escuchaban tus padres cuando eras niña, las
meriendas que te hacía tu abuela, cuando la invitabas a desayunar frutas de
plástico a las ocho de la tarde, el olor del cuarto de tu hermana, los viejos
libros que ya estaban en el salón cuando naciste. Tu casa. El mar, que siempre
está ahí, en las duras y en las maduras. Todas las arrugas perfectas de tu
palma, forjadas en recuerdos. Cuántos balones han botado, cuántas puertas han
abierto, cuántas lágrimas han secado, tuyas y de otros. Cuántos pelos han
enredado y labios han acariciado, o más bien, veces han amado a los de Ella,
porque no hubo otros iguales. Y siguen ahí, como
fotogramas escondidos en los surcos de tu piel. Son verdad, no fue un sueño.
Mira tus manos.
Todo eso eres tú. Has dejado que te roben algunas canciones,
que compartiste con la persona que te robó también el corazón. Pero todo lo
demás está ahí, y cuando lo necesites no dudes en quitarle el polvo a la
portada, porque permanece intacto para ti, por si algún día quieres volver a
leerte. Por si algún día te olvidas de quién eres y de por qué estás donde
estás. Por si necesitas recordarte que eres la persona más importante de tu
vida. Que sin ti no habrías hecho todo lo que has hecho por los demás, ni lo
que hicieron ellos por ti. Eres la única razón que importa para casi todo. Y, hazme
caso, es más que suficiente.
Ya sé que otra vez el corazón, otra vez el amor y el
desamor. Lo mismo de siempre, no hay más temas sobre los que escriban los
poetas, ni los masoquistas. Pero mentiría si hablase de otra cosa, y esto no es
un teatro. No sé fingir para satisfacer, lo olvidé mientras me enamoraba.
Porque si hablo de recuperación es porque me han partido el corazón, como el
súbito impacto de un accidente de coche, y ese silencio grave de después. Pero
no uno, uno tras otro todos los días. Porque quién necesita hablar de sus
raíces si no es porque le han cortado las alas al volar. El amor de verdad es
así, amor del duro, un poco de cielo y un poco de infierno. Cuando te llevan
una vez al paraíso quieres volver siempre, sea cual sea el precio.
Otra vez hablando de ti, mil y una veces. De lo que he
perdido y de lo que no sé si aún puedo recuperar. De cómo te ríes mirándome a
los ojos y de cómo se encogen nuestros pechos en una carcajada ahogada. De tu
torpe manera de caminar por las calles que solían ser nuestras. De aquellos
pómulos que ardían de llorar, y de esas lágrimas saladas en mis labios al
besarlos. Cuando todavía me necesitabas. Sentadas en mi cama con mi mano sobre
la tuya, deslizándola al compás improvisado de la primera ternura que se
entrega. Capaz de romper la tierra de un golpe para protegerte. Y tan
jodidamente fuerte. Yo tampoco sabía de amor cuando te enseñé.
Todo aquello siendo amigas, para qué más, si dentro de esa
palabra entraba todo. A fuego lento, como las mejores cosas. Hasta que para
cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos llegado al cielo sin pretenderlo, en
una nave de cartón. A bailar nuestro tango en los salones que hay sobre las
nubes. Nosotras, perfectas, invencibles, eternas. Lo nuestro ya no tenía
nombre.
Todo lo que tenía me lo dejé en esto, en aquel altar para
ti. Y ya no me queda para nadie. Ni para mí. Cómo voy a poder olvidar si lo has
sido todo, si para rebobinar al antes tengo que retroceder a cuando salíamos al
patio a agarrar las verjas para tener un poco más cerca el futuro. ¿Ves? ¿Cómo
no hay un antes? Se supone que ahora tengo que reinventarme al margen
de lo mejor de mí, y que tengo que buscarme una personalidad aparte de
todo aquello. Una corriente, correcta, estable… Con toda la repulsa que me
producen esas palabras. Y sobre todo, que no sepa de amor.
Eres mi secreto de sumatorio, y no porque haya cometido un
error, que también, sino porque hay que sumar a toda la gente que sabe que me
quieres y a toda la que sabe que te quiero yo, mi pequeño secreto a voces. Y
porque, ya que eres la estudiante de física más lela del universo, había que
hacerte un homenaje en este juego de palabras. Porque total, para qué
evitarnos, si sé que voy a volver a caer. Porque tú y yo sumadas de cero a dos,
damos uno.
Me parece a mí entonces que la función de variables
independientes tú y yo de este sumatorio va a ser el amor, esa incógnita que
nos hace dependientes.
Y a todos esos que me preguntan sin haberla visto, por qué tanta locura por un alguien que no está, ya sé que voy a decirles la próxima vez.
¿Sabes cuando estás en un quinto piso y te apoyas en el balcón para mirar abajo? Es algo así como cuando tú y yo fuimos al faro. Acuérdate del mar matándose con las olas a golpes, con una caída vertical tan grande como lo fue la nuestra.
Miras abajo y sientes miedo, pero una atracción a saltar de igual intensidad, de la que tú misma te asustas porque brota de un lugar del subconsciente que no entiendes. Y te dice "salta", como me lo insinúas tú cada vez que vuelvo a verte, aunque tus palabras me cuenten lo contrario. O como te dije yo en aquel ático mirándote a los ojos. Han pasado más de cuatro años de aquel junio, y de las hostias que nos hemos dado al caer tú ya no quieres saltar. Te entiendo, hubo un tiempo en el que yo tampoco quise tirarme más, abatida por el dolor sobre las rocas. Pero volamos antes de matarnos. Joder que si volamos.
Es como cuando llevas un cuchillo a la mesa, a la altura del estómago y piensas, "empuja", y censuras tus pensamientos, pero en algún lugar eso te pervierte, te atrae, te embruja y te dice "vamos, hazlo". Te seduce la oscuridad. Y no es porque busques un final inesperado en tus actos, las consecuencias de caer en la tentación están claramente estipuladas en el contrato. Anhelas unos estímulos que la cordura no puede darte, un frenesí previo al desenlace que te dilate las pupilas y te paralice los pulmones, con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Que te haga sudar frío y te lleve al límite.
Y eso es lo que le pasa a todo aquel que ha tenido la oportunidad de verla auténtica, con la piel de su alma desnuda en cada verdad que le duele, que le curas con un sacacorchos lo más suave que puedes. Cuando la ven, todas quieren saltar, todas se vuelven locas por matarse.
Yo fui la primera que se tiró con los ojos cerrados. La primera que la vio, y que la desnudó en verdades y miradas. Que la enseñó a ser vista.
La única por la que tú te tiraste. Por mí.
Y ahora estoy aquí una vez más, los talones en el borde y una moneda en la mano. Adicta. Con el corazón destrozado. Cara o cruz.
Seré la reina de un mundo fugaz, que aparece y desaparece, pero hoy he vuelto a sentarme en el trono, mucho tiempo después, y qué bien sienta recuperar el poder de lo que legítimamente es tuyo, aunque sea por un instante, aunque al acabar el día no sepas cuándo será la próxima vez.
Con la seguridad y el aplomo de un paso hacia delante, contemplando nuestro vasto reino inhabitado, repleto de arcoiris, bosques, brumas, acantilados fríos, épicos recuerdos y trampas como manzanas del edén, he vuelto a ponerme la capa y a empuñar este cetro, con mi reina de la mano y nada a lo que temer.
Me ha costado que volviéramos a entrar, pero es un lugar tan recóndito y místico que no nos dejan pasar si es a medias. Sólo si venimos para rompernoslas, las medias, en nuestras aventuras de exploradoras de emociones y tierras pérdidas, podemos traspasar las puertas de oro que hay bajo la cascada de la autenticidad más desvergonzada.
Dos observadores se reconocen, siempre que se miran por primera vez, se
desvisten mutuamente como lo hacen con los demás, y se encuentran a sí
mismos en los ojos del otro, sintiendo tal vez una punzada de pudor al haber
sido descubiertos, al haberse encontrado ambos desnudos en una habitación del
tiempo, minúscula, y en la que las palabras están más que prohibidas.
Surge una
conexión, un vínculo que siempre está aunque no se diga. Un preguntarse lo que
estará pensando esa otra persona cuando los dos estáis viendo lo mismo, un
mirar de reojo a ver si sonríe, un mirar de reojo para ver esa sonrisa de medio
lado que dice mucho más que las carcajadas de los otros. Porque ya os habéis
cazado, porque ya os conocéis mucho más de lo que os conocerá el resto en
tantas conversaciones. Es la mirada de esos solitarios exploradores del mundo
y los sentimientos, adictos a las emociones puras, que se vician de las que los
demás desprenden, que las consumen, pero que solo las de otros de la misma
especie pueden llenarles. Viajantes solitarios. Perros rebeldes en silencio.
Jodidos enamorados que no se curan nunca. Idiotas que cambian periódicamente de opinión.
Seductores que van muy lento y saben acelerar. Putos amos de este mundo, qué
poco reconocidos estáis, qué pocos quedáis.
Era una habitación estrecha y alargada. Al fondo estaba ella,
recostada sobre los azulejos de su pequeño balcón, con la espalda contra el
marco de la ventana. Sostenía un cigarro apoyando el codo sobre su rodilla
encogida. El humo se perdía en el aire, exhalado por sus jóvenes labios de
mujer. Los rayos del ocaso le anaranjaban el cabello, como una melena de
fuego sereno. Le encantaba la luz de aquel balcón y observar todo desde arriba,
como una discreta espectadora de la rutina de los otros. Las lágrimas le caían
por las mejillas. Tenía una expresión muy seria. Entraba en la habitación el
sonido de la calle, lejanas voces de desconocidos, el cantar de algún pájaro,
las ramas de un árbol crujir... Todo al ritmo de su cansada respiración.
No le había ocurrido nada reseñablemente negativo, ningún
acontecimiento digno de un drama. El drama estaba en su mente, brotaba de la
rutina, del día a día, de la mediocridad. Si había algo que le ponía
profundamente triste era eso, vivir sumida en los lodos de la muchedumbre, sin
tener nombre, ni amor, ni palabra. Lo peor era que sabía que ella no formaba
parte de ese equipo, que su identidad era otra y que solo tenía que presentársele
la oportunidad para demostrar todo lo que verdaderamente llevaba dentro, o al
menos quién no era ella. Se sentía como un hermoso ave encerrado en una jaula
oscura en un sótano. Sin poder volar. Le aplastaba la rutina, le consumía. Hacía
que el reloj de ese pájaro corriese, como bajan las aguas del río, sin poder
volver atrás, derrochando joven talento, ofreciéndoselo a la miseria.
En realidad estoy contando mi historia. En realidad no fumo, y
en realidad esa hace unos meses que ya no es mi habitación. Todo lo demás es
cierto. Pero, no serás tú, mi querido, tal vez inexistente, y desconocido
lector, quien dicte las normas de mi historia.
Estoy en un tren, de vuelta a mi casa, de vuelta a mi tierra
fría. Huyo de Madrid, de su vertiginoso ritmo, de su ruido y de su humo. Voy a
buscar a la parte de mí que deje en Cantabria, a encontrarme con mis viejos
demonios, que aunque en su día huía de ellos con todas mis fuerzas, hoy me son más
conocidos e íntimos que los nuevos. He luchado más veces contra ellos. Los
viejos enemigos son amigos, aunque solo sea este fin de semana.
Cuando el tren se acerca a la frontera entre Palencia y Cantabria,
al fondo, las montañas son como la colosal muralla de un castillo, contienen a
la naturaleza que brota incontrolable, que empuja esa barrera montañosa queriendo
romperla en una vaporosa explosión de verdor. Y mi tierra me recibe
siempre vestida con su sábana gris, siempre enredada en los nudos de su
bucólica hermosura. Cada vez que le presto la atención que merece a esta postal,
me arranca una lágrima. Mis recuerdos y fantasmas me dan la bienvenida tras esa
muralla. Sea como sea, son mis fantasmas, son mis raíces. Es mi historia. Los
quiero como a nada, a pesar de todo. Y eso es lo que me hace llorar, reencontrarme
conmigo misma, contemplarme en ese paisaje que me abraza al volver a casa. Eso
junto con una buena banda sonora. En mis cascos sonaba hace un rato "en el
punto de partida" de Rocío Jurado.
Es así como me siento. De nuevo en la brecha, de nuevo en el
punto de partida, pero con unos años más, habiendo derrochado juventud.
Hoy es viernes 13 de marzo, el domingo es mi cumpleaños. Hago 20
años. Cada vez que llega esa fecha pienso en que será uno de los últimos
cumpleaños en los que no esté satisfecha con mi vida, pero los años van pasando
y la mejora, aunque es significativa, es también muy lenta. Las grandes
recuperaciones requieren mucho tiempo. Supongo...
Ya me sé toda la teoría, ahora hay que pasar a la práctica.
Ya he dado todos los pasos, ahora hay que esperar a los
resultados. ¿Resultados?, ¿hola? Estoy aquí.
Leerse un manual de instrucciones puedes hacerlo bocabajo. Escuchar la
explicación de un procedimiento, sin mirar. Paso uno, paso dos,
paso tres… Actitud, optimismo, fe…Todo listo. Ahora empieza, vamos, te toca.
¿Te acuerdas de algo de lo que te han enseñado?
Sí, pero no entiendo dónde, no entiendo cuándo, ni cómo, ni
para qué. ¿Es ahora?, ¿es aquí?, ¿es así? Y solo una oportunidad, un intento y
todas las opiniones están preparadas, a punto de cocción. A veces no hay
oportunidades y a veces son demasiadas. Todo depende de los jueces, que siempre
son los mismos, pero no siempre lo que les puedes quitar les interesa tanto. En cada momento uno interpreta su papel, entra en escena y juzga o es juzgado. Tal vez dependa de la hora del día. Todos jueces, todos responsables.
No te vayas con ellos, tú no. Por mucho que estudies para vulgar, tus ojos te delatan entre miles… Y desde que no estoy contigo me encuentro sola en el escenario, temblando y en silencio frente al público. Y me hago pequeña. Todos los días unos ojos sentados a mi lado, me miran de reojo. ¿Cómo pueden
pensar que no les veo? Se saltaron el curso cero de espía de parvulario. Te hacen
la radiografía rutinaria, pero si les miras directamente se asustan. Me pesan
tantas miradas. Cualquier día me pongo un bigote postizo. Bueno, no, que igual me copian.
Tienes que estar guapa siempre, no vale con serlo, eso es otro
capítulo. Tienes que sacarle partido, pero ojo, tienes que
innovar, tener carácter y presencia. Y si eres tía, ser lista y además demostrarlo.
Personalidad, pero la que ellos en su justa medida exigen. Oye, que las chicas
llevan bolso a clase, bandoleras no cuentan y las
mochilas son para el colegio, punto negativo en tu casillero. Un aire rastafari intelectual es una buena opción
este otoño. El moño tipo piña toca una vez a la semana en el pack look casual,
desaliñado, sexy, tengo prisa y sueño y soy borde pero
encantadora. Clases a mí, señoritas, os tengo caladas. También tenemos la
versión indignada y moralmente superior, censora de todos esos inmaduros
consumistas alienados, pero eso sí, con el Iphone bien plantado en la mesa, que
en el bolsillo la manzana no luce. Uñas de negro, raya del ojo, caderas al
aire, gafas de marca, slogans en la camiseta, tatuajes pretendidamente
visibles, poses forzadas, labios entreabiertos, risas falsas, y “no
me voy a divertir demasiado, no vaya a parecer que soy humana”. Lo tenemos todo (papi).
Todos afanados en ser distintos para ser los mismos jueces.
Esclavizados de sí mismos, no hay peor toga que la que se viste uno mismo. Todos
con ganas de escapar haciendo lo mismo que la masa de la que reniegan,
innovando en la tendencia. Si juegas a ser diferente y te traes el uniforme
siempre, es complicado. No basta con que le pongas diamantes de plástico a la
funda del móvil, no cuela. Vas a tener que destacar por tu mente, o por tu
sonrisa, y no tienes experiencia, ni talento. Que si tú me dejas te lo cuento,
que yo te lo enseño, pero hasta que no te quites la toga no me vas a ver. Que
de no creer en la verdad, al final no van a quedar mentirosos.
Hola Mundo. Me he levantado pensando que eres tan
jodidamente complicado… Quieres que te complazca pero que sea yo misma, que sea
cariñosa pero tenga carácter, que esté a la moda pero tenga personalidad
propia, que pierda el culo por ti pero que a la vez pase, que entienda tus noes
como noes y como síes, que cuando me mandes a la mierda no vuelva pero que vaya
a consolarte, que gane pero que no compita, que sea sincera pero no brusca, que
me ría de todo pero que sea profunda y sensible, que haga todo lo posible pero
que no me coma el coco, que me conforme con lo que la vida me da pero que luche
por mis sueños, que sea obediente pero revolucionaria, que tome la iniciativa
pero que me deje llevar, que mande y me quiera pero que sea humilde y sepa
callarme, que me tire si tú te tiras pero que sea prudente, que confíe pero que
me guarde secretos, que regale amor pero mantenga las distancias…
Creo que va a ser mejor si te digo yo lo que quiero de ti y
empezamos a llevarnos bien. Mejor dame las hostias sobre la marcha, que mi
cadera intentará esquivarlas. Calla y atiende.
El tiempo pasa y las heridas se cierran. Ni los buenos ni los malos son
inmunes, aunque un día habría jurado que este dolor no me iba a abandonar, al
igual que nos lo juramos tú y yo. Tal vez sea que por muy listo o muy tonto que
seas no basta con convencerse, con razonarlo todo y dibujarte tu esquema. Hazte
una ecuación si quieres, que solo el tiempo te va a curar.
Yo lo veo como una losa enorme que cae al mar. No va a llegar al fondo
en un instante, el corazón es más denso que el aire, el rozamiento es mayor, al
igual que lo fue el mío con tus vaqueros. Dale tiempo, relájate y déjate
llevar, pues eso vale hasta para cuando me vas a doler. Pero sobre todo, ten
claro que el “nunca” es un “para siempre” pero al revés. Hay oasis en el tiempo
pero tú no puedes permitirte contar con ellos.
Es cierto que ni yo misma sé quién era antes de ti. Hemos aprendido
tantas cosas que ya no somos nosotras. Y ahora te vas, pero me dejas con mis
mejoras, con mi versión 2.0, pero con tu firma en cada una de mis piezas.
Mi consejo es que vengas a por mí, pero sabemos que tú no quieres y que
yo no debo ser tan idiota. Así que reencuéntrate contigo, mímate más que una
madre, que una abuela incluso. Bésate cada vez que veas tu reflejo, ponte guapa
para tus citas contigo. Respírate cuando te acuerdes del dolor, a ti y a todas
las sonrisas que veas. Y no te olvides de que merecemos la pena más hoy que
antes de conocernos, que somos 2.0, mi niña.
Hola chicas, os escribo para daros las gracias. Os escribo
para decirlos esas cosas que nunca nadie se dice, para sentaros a todas en el
vestuario y hablaros sincera, pero tanto tiempo después y sin teneros delante.
Cobarde. Cobarde como vosotras.
A pesar de todo, gracias. Me inclino ante vosotras, sentid
mi reverencia. Os doy permiso para que sintáis placer, pues sé que habéis
deseado este momento. Ahora, cerrad la boca tanto como lo está vuestra mente y
escuchad.
Me habéis enseñado tanto… El valor del esfuerzo, que las
cosas no se acaban hasta que no se pita el final, y que aun así siempre hay una
segunda parte. Que no hay motivos racionales para dejarse la piel en un partido
de baloncesto, porque los héroes no pueden evitar serlo, para sudar y sangrar
por el resto hasta que caigas al suelo y vuelvas a levantarte, besando la
pista, porque es tuya. Que siempre hay sitio para la épica, si nos apetece,
porque la droga está en la remontada. Que “nunca subestimes el corazón de un
equipo campeón”.
He aprendido que el mejor momento siempre es el final, y que
ahí estamos todas con la mejor versión de nosotras mismas. Que entonces cada
mirada cuenta, y que hay sitio para la magia, que nunca traiciona. Que las
millas que has recorrido todo el año son pulgadas decisivas ese día. Que nos
acompañan todas esas horas y horas de entrenamiento, tantas historias regaladas
a la monotonía y esas otras que se nos han clavado a todas sin que hablemos de
ellas. Nos están mirando terminar, nos están viendo ganar orgullosas en la
grada. Corean nuestros nombres cuando metemos canasta, gritan de emoción y
vibran en los momentos de tensión. Nos hacen sentir irreemplazables, aunque sea
mentira.
Con vosotras he aprendido que las lágrimas pueden ser
compartidas. Y que las carcajadas también. Que me puede estremecer ver llorar a
alguien tirada en un banquillo, empapada en sudor, exhausta porque lo ha dado
todo, porque ese era su día y ella no ha bastado, sentada junto a las demás,
porque ha perdido, pero ha ganado tanto… Que ese es el único momento del año en
el que los abrazos van desnudos, que todas se merecen el tuyo y tú te mereces
el de todas. Que las lágrimas de alegría y las de tristeza son iguales. Que hay
lugar para los inesperados, que es el momento de los callados para demostrar.
Que cuando explotas de alegría saltas, gritas, lloras, amas, pero no piensas.
La vida te da una tregua. Y que somos eternas cuando basta con un guiño para
saberlo todo.
Que líder se nace, y no hay discusión, pero que el espíritu
de un equipo lo llevamos todas en el pecho. Que volveremos otra vez a hacer lo
mismo, igual pero mejor. Que volveremos a esperar un año para vivir ese momento
otra vez. Que en realidad es todo por ese puto momento, por volver a ser la
reina del mundo, junto a una docena de reinas más que bailan en una atmósfera
de colores.
Que gracias, joder, que gracias. Porque aprendí a aprovechar
las cosas y exprimir su buen rollo. Porque sin todo eso no habría podido
disfrutar tanto de aquello que os ha dado por culo. Porque, os quise tanto, y
quiero tanto hoy a vuestro recuerdo que, cómo no, me enamoré de una de
vosotras. Y ella de mí. No podía ser de otra manera.
Pero ahí se destapó el pastel y quedó claro que lo que a
vosotras os engancha no es la gente en ese momento, sino la gloria, vuestro ego
en el trono, con compañeras sin rostro, pero con su calor. Lo vivimos de manera
distinta, pero todas juntas. Y joder, qué más da lo que pensaseis vosotras si
yo sentía todo aquello, si mi mundo es mundo porque yo lo vivo dentro de mí.
Pensad lo que queráis, sed lo que queráis, pero seguid haciendo lo que hacíais,
que a mí me gustaba. Conmigo. Vivamos eso una vez más, pues en realidad sé que
desde que nos fuimos tampoco vosotras lo habéis vivido igual.
Pero qué cojones, no es momento para el pesimismo. Me
permito hablar así porque vosotras os lo permitisteis todo. Fuisteis unas
zorras, unas traidoras, unas cínicas, unas egoístas, unas ignorantes. Unas
malas personas. Pero hoy os doy las gracias a vosotras, putas como sois, por
todo lo vivido. Porque yo sí lo siento, porque somos diferentes y porque a
pesar de todo os quiero. Porque sois la hostia y porque tres ligas no bastan. GRACIAS.
¿Recuerdas aquel libro de poesía que te dije que leía cuando
tú no estabas? Ayer lo abrí otra vez. Pensé que me dolería leerlo, pero es que
es tan bueno que no importa tanto de lo que hable, porque tiene un estilo de
reyes. Pero, si además me habla de ti y le pone palabras a lo que ni yo sé que
siento, ya es un verdadero tesoro. Como dice en el propio prólogo, se folla a
las mentes. Se llama “El sexo de la risa” de Irene X. Lo compré en mayo, en la
feria del libro del Retiro. Había salido de casa huyendo a cualquier sitio, me
daba igual a cuál. Y allí lo encontré, puesto para mí. Me pareció un título
hecho a medida, porque lo que tú y yo hemos hecho es eso, reírnos hasta
follarnos.
Ayer, al volver de hacerme amiga de mis amigas de la
facultad, leí algunas frases que quise gritarte, pero claro, no estabas.
“Para no haber venido nunca, cómo cuesta que te vayas”.
“Quién te ha visto y quién te ve matarme”.
“Lo que más me gusta de hacerme daño siguen siendo tus
huellas”.
“De cortarme con los folios aprendí lo que escuece pasar
página”.
Y es que yo empecé a pasar página con las hojas de este
libro. Mil gracias por sacarme la pena con sacacorchos, por hacer que duela
para poder curar.
Después de un rato me acordé de una vieja amiga. Y allí
estaba ella, escondida tras la solapa posterior del libro. Esa carta que te
escribí el último día que estuve en Madrid el curso pasado, esa que nunca te
di. En realidad la escribí para mí, para hablarte aunque no lo supieras:
Martes, 16-06-2015 Mi
balcón al sol
Duelen las fotos, parecen de tiempos ya
cerrados, de juegos de sonrisas y esperanzas que el calendario ya mató.
Y es que no entiendo cómo siendo lo que
hemos sido, cómo si todo lo que decías era verdad, ahora solo soy yo la que
parece un alma en pena con mis ojeras permanentes, que no son solo de estudiar,
sino también de estudiar lo nuestro. Y, ¿qué es lo nuestro hoy?, ¿qué futuro
tiene? Los cuentos de hadas son para siempre, como el amor verdadero, dicen,
por eso el presente me hace dudar del pasado, tristemente.
Cómo si algo fue así, y los amores que matan
nunca mueren, nos estamos muriendo para no matarnos nunca más. Cómo, para qué,
por quién. Ya me da igual si eres una puta conmigo o con todas. Ya no juego a
entenderte. Quiero que esa puta lo sea de verdad y se someta a quererme. Quiero
que te calles y me des lo que aún hoy es mío. Que vengas y me abraces, que me
pidas perdón con los labios pero sin voz, ni palabras. Ven, vamos a volver a
nuestro gran error. Quiero que vuelvas a ponerte nerviosa por un beso mío, que
prefieras mis caricias a follar con ella. Que para ti hacerlo con otra sea un
plato insulso, corriente y monótono, y que tengas a nuestros mejores momentos
en un altar de oro, aplastando al resto y deseando vivir más.
No quiero que descubras nada nuevo si no es
conmigo, que ella no te haga llegar al orgasmo porque estés pensando en los que
yo nunca te di.
Que seas mía, pero solo mía. Que deshagas lo
hecho con ella, o mejor aún, que lo compares con lo que hiciste conmigo y
entiendas qué es pasajero, qué es un cariño de escaparate, de comida rápida,
barato, de usar y tirar, y qué es amor de verdad.
Pero entiéndelo ya, porque esto puede que se
acabe, o eso espero, antes de que me destruyas a mí. Trato de saltar antes de
ese momento, pero date prisa, amor, no nos queda mucho tiempo.
Dame un beso que duela, que nos haga romper
a llorar en un mismo mar. Destroza mi herida hasta el final, pero luego cúrame,
cúrame todo lo que no has hecho este tiempo. Dame argumentos y besos, pues ya
no pueden faltar ninguno de los dos para matar mis reproches. Desvístete de
egoísmo, de impaciencia y de soberbia, y charla un rato con la verdad, duerme
con ella unos cuantos días.
Vuelve a ser E, pero tira antes tu
debilidad, y volvamos al mar.
Por qué un beso se ha convertido en dos, y en tres… Por qué
hoy no querías desengancharte de mis labios, no querías que me bajase del
coche. Por qué si tú no quieres volver conmigo. ¿Acaso quieres coger lo mejor
de una y de otra cuando te apetezca dejarte llevar? Egoísta. De mí has elegido
mi manera de besar.
No podía sonar esa canción sin que tú y yo nos defendiésemos
a besos. Teníamos que atacarla juntas.
Volvíamos de cenar, como amigas que parece que habíamos
decidido ser. Iba a bajarme del coche y te di un abrazo para despedirme, y tú
me diste un beso sencillo. Nos permitíamos eso, un pico de amigas, que de
amigas solo tenía el nombre, y lo sabíamos. Y luego yo te di otro más lento en
la penumbra de aquella escena nocturna.
Me preparaba para irme, pero entonces el destino nos puso
banda sonora:
“No lo ves, no hay
manera de que esto vaya bien,
tú y tus manías de siempre,
yo con mis prisas y mis ganas de crecer.
No lo ves, sabe Dios que me duele a mí también,
no despedirnos de noche,
dejando el reproche para el amanecer.”
La canción que sonaba en el reproductor era “Ecos”, de Pablo
Alborán.
Publiqué esta canción para ti en mi tablón. Lo hice en mayo,
cuando la distancia me abrasaba en el pecho, cuando nos estábamos perdiendo en
la ausencia de todo, cuando yo estaba sola y tú tenías el calor de otra, cuando
los ataques estaban pudiendo más, cuando nos estábamos diciendo adiós a través
del silencio y nos faltaba despedirnos. Nada ha vuelto a ser igual desde entonces.
La vida quiso que nos dejásemos llevar en aquel momento, tú
quisiste que lo hiciéramos, yo no me sentía con el derecho. Y otra vez esos
besos sin apenas abrir la boca, solo con los labios mojados. La línea roja
estaba fijada en una frontera clara. Pero a los sentimientos no les puede
contener un muro, una barrera mecánica, y menos aún si se está enamorada, como
lo estoy yo. Es como darle a un genio un papel arrugado y un lápiz de
propaganda, no necesita más, puede hacer maravillas con cualquier cosa y salir
con clase de la sala. Adelante, pon más límites y te demostraré de qué sirven.
Y nuestros labios se mecían al vaivén de las notas y el
compás se aceleraba poco a poco. Con los ojos cerrados, consciente de que más
estaba prohibido, de que no eras mía porque tú no querías.
Me separé y suspiré para calmarme. Lo responsable era cortar
aquel momento. Ya no estamos en el antes, esto es ahora ¿recuerdas? “Bueno” – dije.
Abrí la puerta mirando al suelo, conscientes ambas de que nos estábamos
conteniendo.
“Hazme sentir que lo
bueno está por llegar,
que esto también pasará.
Hazme sentir que compartimos un mismo latir,
haz que me acuerde de ti
como el mejor despertar que he podido vivir.”
Y mientras buscaba las llaves en el bolsillo de mi mochila
me diste un beso fuerte y largo, sintiendo la presión de tu boca contra la mía.
Mis manos dejaron de moverse en aquel bolsillo.
Miré hacia mi salón. Estaba la ventana abierta y mi perro
nos miraba desde el balcón. Mi padre tenía que saber que estábamos allí y tenía
que estar oyendo esa canción, podía asomarse en cualquier momento. Pero esto,
como he dicho, es el ahora, no es el antes, y eso incluye el hecho de que eso
ya no importaba, como tantas otras cosas.
“Harto de los ecos de
un pasado
que aparece cada vez
y los miedos que tengo me arañan por dentro.
Y tú no ayudas a encontrar el porqué
del silencio, la derrota
y de la rabia que en la boca te dejé.
Y ahora intenta decir que me amas,
sin miedo a que parezca mentira otra vez.”
Al oír este último verso me dije: “esta canción hay que
bailarla con los labios porque está sonando para nosotras”. El único sitio en
el que puedo oírla sin que me haga daño es en tu boca. Y la mía quería
despedirse de la tuya otra vez aunque fuera rápido.
Nos dimos otro beso y quise otro más, pero tú te apartaste
despacio. Notaste mis ganas contenidas mientras yo bajaba la mirada. Me separé
y miré al frente a través de la luna del coche un par de segundos, a la nada
oscura. Puse la mano sobre la manilla de la puerta y te miré a los ojos para
decirte adiós, y después a tus labios. Y arreglamos lo que acababa de pasar.
Esta vez nos dejamos llevar más. Llegué con más convicción. El
roce era más rápido, se atropellaban unos besos con otros, se apresuraban, se
enredaban y pisaban por morir antes, con el corazón acelerándose sin que me
diese cuenta, sin pensarlo. Pero daba igual, porque todo estaba controlado,
todo tenía un claro límite. Se oían nuestras inspiraciones y exhalábamos aire a
la boca de la otra, sorteando tu nariz con la mía sin evitar el roce. Entonces
iban haciéndose más lentos cada vez, con mi mano en tu mandíbula y la tuya en
la mía, para al final, separarnos. Pablo Alborán había dejado de cantar.
“Y no lo ves, digo yo que algo tendremos que hacer,
borra de golpe su nombre en mi nombre
y así lo olvidaré.
Y no irá bien mientras yo te reproche de más
y tú te escondas con la duda otra vez.
No quiero más pulsos, hay tanto que perder.
Hazme sentir que lo bueno está por llegar,
que esto también pasará.
Hazme sentir que compartimos un mismo latir,
haz que me acuerde de ti
como el mejor despertar que he podido vivir.
Harto de los ecos de un pasado
que aparece cada vez
y los miedos que tengo me arañan por dentro.
Y tú no ayudas a encontrar el porqué
del silencio, la derrota
y de la rabia que en la boca te dejé.
Y ahora intenta decir que me amas,
sin miedo a que parezca mentira otra vez.”
Me he dado cuenta de que de tanto perderme en tus ojos me
olvidé del mundo por unos años. El reencuentro ha sido agradable. Caminando
desde la estación a mi casa he visto los helechos iluminados por el atardecer a
los lados de la carretera, las nubes cortadas por las catenarias de las vías,
la luz de las farolas sobre la acera, un gato que me mira desde una ventana, el
número del kilómetro de la vía 517-6. Por supuesto, tenía que ser el seis, cuál
si no. Si es que, si no es cierto que el universo conspira a veces a nuestro
favor, habría jurado que algo a mi alrededor me gritaba que el destino existe.
Disfruto de la quietud del mundo, como antes. Pero antes de antes.
Los días son más largos y cada detalle del mundo me
reconforta. Desayunar en el jardín con mi taza sobre la madera, con mi avellano
mecido por el viento, los pájaros matutinos, las nubes viajantes, una hormiga
de ruta por mis dedos...No necesito tanto al amor. No necesito tanto a los
demás si tengo al mundo, si a quien amo es al mundo entero que no deja de
inspirarme. Aunque igual no es que sea el mundo y es que es mi tierra. La
Tierruca. Si tuviera piernas diría que pretende seducirme. Un día tú también
formaste parte de él, del mundo, hasta que te sublevaste por guapa, y a mí los
revolucionarios siempre me han vuelto loca.
Me llena la música más lenta, esa que antes parecía un error
en el modo aleatorio del reproductor. Si contemplar el mundo me es más que
suficiente, la vida con banda sonora, por inactiva que sea, suena mejor. La música
de radio a veces se busca pero otras contamina. Dame paz, que ya has sido muy
guerrera, mi capitana.
Cuando le das importancia a cada una de las cosas que
descansan en tu campo de visión, a cada uno de los sonidos que viajan por el
aire, te das cuenta de lo sobreestimulados están nuestros sentidos. Ya no nos
detenemos a desentrañar la esencia de las cosas, escogemos aquello que nos
invada, que nos tire del brazo, que se nos meta por los ojos sin abrirle la
puerta, que nos esnife a nosotros y no al revés, que nos meta mano sin darle
permiso. Estamos contaminados, de ideas y de cosas, de sentimientos y de
movimiento. Viva la simplicidad, vivan la ausencia y la quietud.
Denme una habitación vacía y una sola cosa, que si no me
pierdo. Pero no me den una persona, que no hay muros y no puedo esconderme de
mí.
Y fue así como
los disparos se convirtieron en besos. Quedamos una vez más, movidas por el
pasado y maldiciendo el presente con el objetivo de cambiarlo. Todas las veces
anteriores no habían funcionado. Tímidos destellos de complicidad en un mar de
ataques eran lo que quedaba. Eran como las estrellas, que muchas han muerto
hace millones de años pero su luz nos llega ahora. Gritos, indiferencia,
enfado, desprecio, lágrimas y reproches eran lo que nos llevábamos cada vez que
jugábamos a reencontrarnos. Y el corazón partío, por supuesto. Volvió la E de
las discusiones. Justo a tiempo pequeña, ya pensaba que te había perdido a
manos de la indiferencia. Encantada de volver a verte, pero no vengas tan
fuerte, que las dos sabemos que tú también matas.
Las noches eran
un infierno, me despertaba con el corazón agitado y una idea en bucle
paseándose en mi cabeza. Su imagen disfrutando más con Ella que conmigo,
rechazándome al haber encontrado a alguien que sí merecía la pena y yo no. La
soledad más profunda tras el amor más adictivo.
Pero anoche sus
labios me supieron a miel. Mejor empiezo por donde empezó. Mejor dicho, por
donde resucitó. Hace dos días nos lo contamos todo. Estuvimos haciendo pizzas
en su casa, como hacíamos siempre. Nos encantaba. Aquel día parecía que por fin
se había dejado posado en algún sitio el velo del reproche. La veía a ella, más
distante y más altiva, pero ella. Cuánto te había echado de menos, amor. Empezamos a hablar, como siempre, de todo y de nada. Me contó sobre su relación
con Ella, a pesar de haberle dicho mil veces que no quiero oír su nombre, que
me acuchilla el corazón. Hablamos, hablamos y hablamos, como dos desconocidas
que se han caído bien y empiezan a contárselo todo sin saber por qué.
Después, como
hacíamos hace ya mucho tiempo, nos tumbamos juntas bajo una manta en el mismo
sofá alargado y estrecho. Y nos gusta que sea tan estrecho. Entonces nos lo
contamos todo más fuerte. Como si fuese en ese momento cuando nos
reencontrábamos y no nos hubiéramos visto todas las veces anteriores, que
fueron vacías. Encima de ella, con su cuerpo contra el mío. Me sobraba la ropa.
Por fin la sentía junto a mí, muy pegada, lo más que se pudiera para fundirnos
de nuevo en una sola. Aunque esta vez parecía que eso iba a ser tarea de las
palabras y no de la piel. Parecía.
Y pude mirarla a
esos ojos verdes sin prisa, contándonos todos los secretos suave, clavándonos
los cuchillos con caricias para que no duelan. Hola pequeños, os he echado
tanto de menos… Siempre habéis sido mis favoritos, me tenéis perdida. Y
secretos y más secretos. Luego fue su piel, en mis labios. A ti también te he
echado muchísimo de menos. Fue en su frente, en su mejilla, en su mandíbula, en
su nariz, en su cuello, en el alma… Pero no en los labios. No eran míos a menos
que me les diese.
Fue al día
siguiente cuando vino a buscarme a casa de improviso. Otra de esas cosas que
siempre ha hecho y que tanto echaba de menos. Me despertó mi madre con el
teléfono en la mano: ”¿Qué te parece si vamos a tomarnos unas rabas a la
playa?”. Miré por la ventana y ahí estaba ella en su coche, hablando conmigo
sin saber que la miraba. Y hablamos más, y más, y E volvió y yo me olvidé del
escudo y de la espada. Y de mí. Fuimos olvidándolo todo para caer otra vez. Y, al salir de su coche aquella tarde, me dijo: ven, anda. Y fui. Y me besó en los
labios. Esa misma noche me invitó a dormir, con excusas mal hechas para mis
padres y sin mayor interés de que parecieran ciertas. Llegué tarde. Lo
siento. Y cocinamos como a mí me gusta, sin nada en la nevera, tirando de amor
e imaginación. “Cocinas mejor que Ella”- me dijo. Vaya, al menos una no ha
perdido su puesto de honor en el trono de la cocina. “Eso no me satisface en
demasía”- le dije, y ambas reímos. Preferiría follar mejor que Ella.
Volvimos al
salón, como el día anterior. Vimos la película que yo le regalé por su
cumpleaños, esa que todavía tenía el precinto. “The Mexicain”, de Julia Roberts
y Brad Pitt, en la que dicen: ”cuando dos personas se quieren a rabiar pero no
congenian, ¿cúando es el momento de decir se acabó? La única respuesta correcta
es nunca.”
Se tumbó sobre mí
mientras yo la abrazaba y acariciaba con ternura su pelo rubio. Se le cerraban
los ojos sin querer. Estaba tan mona…
Y besé cada
centímetro de su cara. Acaricié todas sus pecas. Os conozco bien a todas,
pequeñas. Y sus labios y los míos se reconciliaron. Hola pequeños, cuantísimo
os he echado de menos. Y tumbada sobre ella, con su cara muy cerca de la mía,
le di un beso muy suave y muy leve, en los labios, como una caricia, sin
apartarlos al acabar, deslizándose los míos sobre la piel de los suyos, pero
sin apretarse. Y otro beso al alma, uno tras otro. No había momento de parar,
no había prisa. Solo estaban sus labios, rozándose con los míos en un vaivén
mojado y lento, muy lento. Ambas entendimos entonces que habíamos echado de
menos cosas que no recordábamos ya a qué sabían, y reafirmamos el porqué de
todo. Aquellos besos iban directos a los jirones del corazón, a todas esas
heridas que nos habíamos hecho con la distancia y las discusiones. Siendo
idiotas, aunque no menos que hoy. Eran besos de salvación, de alma con alma, y
las dos sentimos esa chispa que solo nosotras entendemos. No hizo falta
hablarlo, para qué, si como mejor nos entendemos es a besos. Ese amor solo sabíamos
hacerlo nosotras. Nadie se deshace en los labios mejor. Dime quién te dice
tanto en un beso, si no soy yo. Hola E, te he echado tanto de menos…