Eres mi secreto de sumatorio, y no porque haya cometido un
error, que también, sino porque hay que sumar a toda la gente que sabe que me
quieres y a toda la que sabe que te quiero yo, mi pequeño secreto a voces. Y
porque, ya que eres la estudiante de física más lela del universo, había que
hacerte un homenaje en este juego de palabras. Porque total, para qué
evitarnos, si sé que voy a volver a caer. Porque tú y yo sumadas de cero a dos,
damos uno.
Me parece a mí entonces que la función de variables
independientes tú y yo de este sumatorio va a ser el amor, esa incógnita que
nos hace dependientes.
Y a todos esos que me preguntan sin haberla visto, por qué tanta locura por un alguien que no está, ya sé que voy a decirles la próxima vez.
¿Sabes cuando estás en un quinto piso y te apoyas en el balcón para mirar abajo? Es algo así como cuando tú y yo fuimos al faro. Acuérdate del mar matándose con las olas a golpes, con una caída vertical tan grande como lo fue la nuestra.
Miras abajo y sientes miedo, pero una atracción a saltar de igual intensidad, de la que tú misma te asustas porque brota de un lugar del subconsciente que no entiendes. Y te dice "salta", como me lo insinúas tú cada vez que vuelvo a verte, aunque tus palabras me cuenten lo contrario. O como te dije yo en aquel ático mirándote a los ojos. Han pasado más de cuatro años de aquel junio, y de las hostias que nos hemos dado al caer tú ya no quieres saltar. Te entiendo, hubo un tiempo en el que yo tampoco quise tirarme más, abatida por el dolor sobre las rocas. Pero volamos antes de matarnos. Joder que si volamos.
Es como cuando llevas un cuchillo a la mesa, a la altura del estómago y piensas, "empuja", y censuras tus pensamientos, pero en algún lugar eso te pervierte, te atrae, te embruja y te dice "vamos, hazlo". Te seduce la oscuridad. Y no es porque busques un final inesperado en tus actos, las consecuencias de caer en la tentación están claramente estipuladas en el contrato. Anhelas unos estímulos que la cordura no puede darte, un frenesí previo al desenlace que te dilate las pupilas y te paralice los pulmones, con los ojos cerrados y los brazos abiertos. Que te haga sudar frío y te lleve al límite.
Y eso es lo que le pasa a todo aquel que ha tenido la oportunidad de verla auténtica, con la piel de su alma desnuda en cada verdad que le duele, que le curas con un sacacorchos lo más suave que puedes. Cuando la ven, todas quieren saltar, todas se vuelven locas por matarse.
Yo fui la primera que se tiró con los ojos cerrados. La primera que la vio, y que la desnudó en verdades y miradas. Que la enseñó a ser vista.
La única por la que tú te tiraste. Por mí.
Y ahora estoy aquí una vez más, los talones en el borde y una moneda en la mano. Adicta. Con el corazón destrozado. Cara o cruz.
Seré la reina de un mundo fugaz, que aparece y desaparece, pero hoy he vuelto a sentarme en el trono, mucho tiempo después, y qué bien sienta recuperar el poder de lo que legítimamente es tuyo, aunque sea por un instante, aunque al acabar el día no sepas cuándo será la próxima vez.
Con la seguridad y el aplomo de un paso hacia delante, contemplando nuestro vasto reino inhabitado, repleto de arcoiris, bosques, brumas, acantilados fríos, épicos recuerdos y trampas como manzanas del edén, he vuelto a ponerme la capa y a empuñar este cetro, con mi reina de la mano y nada a lo que temer.
Me ha costado que volviéramos a entrar, pero es un lugar tan recóndito y místico que no nos dejan pasar si es a medias. Sólo si venimos para rompernoslas, las medias, en nuestras aventuras de exploradoras de emociones y tierras pérdidas, podemos traspasar las puertas de oro que hay bajo la cascada de la autenticidad más desvergonzada.
Dos observadores se reconocen, siempre que se miran por primera vez, se
desvisten mutuamente como lo hacen con los demás, y se encuentran a sí
mismos en los ojos del otro, sintiendo tal vez una punzada de pudor al haber
sido descubiertos, al haberse encontrado ambos desnudos en una habitación del
tiempo, minúscula, y en la que las palabras están más que prohibidas.
Surge una
conexión, un vínculo que siempre está aunque no se diga. Un preguntarse lo que
estará pensando esa otra persona cuando los dos estáis viendo lo mismo, un
mirar de reojo a ver si sonríe, un mirar de reojo para ver esa sonrisa de medio
lado que dice mucho más que las carcajadas de los otros. Porque ya os habéis
cazado, porque ya os conocéis mucho más de lo que os conocerá el resto en
tantas conversaciones. Es la mirada de esos solitarios exploradores del mundo
y los sentimientos, adictos a las emociones puras, que se vician de las que los
demás desprenden, que las consumen, pero que solo las de otros de la misma
especie pueden llenarles. Viajantes solitarios. Perros rebeldes en silencio.
Jodidos enamorados que no se curan nunca. Idiotas que cambian periódicamente de opinión.
Seductores que van muy lento y saben acelerar. Putos amos de este mundo, qué
poco reconocidos estáis, qué pocos quedáis.
Era una habitación estrecha y alargada. Al fondo estaba ella,
recostada sobre los azulejos de su pequeño balcón, con la espalda contra el
marco de la ventana. Sostenía un cigarro apoyando el codo sobre su rodilla
encogida. El humo se perdía en el aire, exhalado por sus jóvenes labios de
mujer. Los rayos del ocaso le anaranjaban el cabello, como una melena de
fuego sereno. Le encantaba la luz de aquel balcón y observar todo desde arriba,
como una discreta espectadora de la rutina de los otros. Las lágrimas le caían
por las mejillas. Tenía una expresión muy seria. Entraba en la habitación el
sonido de la calle, lejanas voces de desconocidos, el cantar de algún pájaro,
las ramas de un árbol crujir... Todo al ritmo de su cansada respiración.
No le había ocurrido nada reseñablemente negativo, ningún
acontecimiento digno de un drama. El drama estaba en su mente, brotaba de la
rutina, del día a día, de la mediocridad. Si había algo que le ponía
profundamente triste era eso, vivir sumida en los lodos de la muchedumbre, sin
tener nombre, ni amor, ni palabra. Lo peor era que sabía que ella no formaba
parte de ese equipo, que su identidad era otra y que solo tenía que presentársele
la oportunidad para demostrar todo lo que verdaderamente llevaba dentro, o al
menos quién no era ella. Se sentía como un hermoso ave encerrado en una jaula
oscura en un sótano. Sin poder volar. Le aplastaba la rutina, le consumía. Hacía
que el reloj de ese pájaro corriese, como bajan las aguas del río, sin poder
volver atrás, derrochando joven talento, ofreciéndoselo a la miseria.
En realidad estoy contando mi historia. En realidad no fumo, y
en realidad esa hace unos meses que ya no es mi habitación. Todo lo demás es
cierto. Pero, no serás tú, mi querido, tal vez inexistente, y desconocido
lector, quien dicte las normas de mi historia.
Estoy en un tren, de vuelta a mi casa, de vuelta a mi tierra
fría. Huyo de Madrid, de su vertiginoso ritmo, de su ruido y de su humo. Voy a
buscar a la parte de mí que deje en Cantabria, a encontrarme con mis viejos
demonios, que aunque en su día huía de ellos con todas mis fuerzas, hoy me son más
conocidos e íntimos que los nuevos. He luchado más veces contra ellos. Los
viejos enemigos son amigos, aunque solo sea este fin de semana.
Cuando el tren se acerca a la frontera entre Palencia y Cantabria,
al fondo, las montañas son como la colosal muralla de un castillo, contienen a
la naturaleza que brota incontrolable, que empuja esa barrera montañosa queriendo
romperla en una vaporosa explosión de verdor. Y mi tierra me recibe
siempre vestida con su sábana gris, siempre enredada en los nudos de su
bucólica hermosura. Cada vez que le presto la atención que merece a esta postal,
me arranca una lágrima. Mis recuerdos y fantasmas me dan la bienvenida tras esa
muralla. Sea como sea, son mis fantasmas, son mis raíces. Es mi historia. Los
quiero como a nada, a pesar de todo. Y eso es lo que me hace llorar, reencontrarme
conmigo misma, contemplarme en ese paisaje que me abraza al volver a casa. Eso
junto con una buena banda sonora. En mis cascos sonaba hace un rato "en el
punto de partida" de Rocío Jurado.
Es así como me siento. De nuevo en la brecha, de nuevo en el
punto de partida, pero con unos años más, habiendo derrochado juventud.
Hoy es viernes 13 de marzo, el domingo es mi cumpleaños. Hago 20
años. Cada vez que llega esa fecha pienso en que será uno de los últimos
cumpleaños en los que no esté satisfecha con mi vida, pero los años van pasando
y la mejora, aunque es significativa, es también muy lenta. Las grandes
recuperaciones requieren mucho tiempo. Supongo...