13 de marzo 2015
Era una habitación estrecha y alargada. Al fondo estaba ella,
recostada sobre los azulejos de su pequeño balcón, con la espalda contra el
marco de la ventana. Sostenía un cigarro apoyando el codo sobre su rodilla
encogida. El humo se perdía en el aire, exhalado por sus jóvenes labios de
mujer. Los rayos del ocaso le anaranjaban el cabello, como una melena de
fuego sereno. Le encantaba la luz de aquel balcón y observar todo desde arriba,
como una discreta espectadora de la rutina de los otros. Las lágrimas le caían
por las mejillas. Tenía una expresión muy seria. Entraba en la habitación el
sonido de la calle, lejanas voces de desconocidos, el cantar de algún pájaro,
las ramas de un árbol crujir... Todo al ritmo de su cansada respiración.
No le había ocurrido nada reseñablemente negativo, ningún
acontecimiento digno de un drama. El drama estaba en su mente, brotaba de la
rutina, del día a día, de la mediocridad. Si había algo que le ponía
profundamente triste era eso, vivir sumida en los lodos de la muchedumbre, sin
tener nombre, ni amor, ni palabra. Lo peor era que sabía que ella no formaba
parte de ese equipo, que su identidad era otra y que solo tenía que presentársele
la oportunidad para demostrar todo lo que verdaderamente llevaba dentro, o al
menos quién no era ella. Se sentía como un hermoso ave encerrado en una jaula
oscura en un sótano. Sin poder volar. Le aplastaba la rutina, le consumía. Hacía
que el reloj de ese pájaro corriese, como bajan las aguas del río, sin poder
volver atrás, derrochando joven talento, ofreciéndoselo a la miseria.
En realidad estoy contando mi historia. En realidad no fumo, y
en realidad esa hace unos meses que ya no es mi habitación. Todo lo demás es
cierto. Pero, no serás tú, mi querido, tal vez inexistente, y desconocido
lector, quien dicte las normas de mi historia.
Estoy en un tren, de vuelta a mi casa, de vuelta a mi tierra
fría. Huyo de Madrid, de su vertiginoso ritmo, de su ruido y de su humo. Voy a
buscar a la parte de mí que deje en Cantabria, a encontrarme con mis viejos
demonios, que aunque en su día huía de ellos con todas mis fuerzas, hoy me son más
conocidos e íntimos que los nuevos. He luchado más veces contra ellos. Los
viejos enemigos son amigos, aunque solo sea este fin de semana.
Cuando el tren se acerca a la frontera entre Palencia y Cantabria,
al fondo, las montañas son como la colosal muralla de un castillo, contienen a
la naturaleza que brota incontrolable, que empuja esa barrera montañosa queriendo
romperla en una vaporosa explosión de verdor. Y mi tierra me recibe
siempre vestida con su sábana gris, siempre enredada en los nudos de su
bucólica hermosura. Cada vez que le presto la atención que merece a esta postal,
me arranca una lágrima. Mis recuerdos y fantasmas me dan la bienvenida tras esa
muralla. Sea como sea, son mis fantasmas, son mis raíces. Es mi historia. Los
quiero como a nada, a pesar de todo. Y eso es lo que me hace llorar, reencontrarme
conmigo misma, contemplarme en ese paisaje que me abraza al volver a casa. Eso
junto con una buena banda sonora. En mis cascos sonaba hace un rato "en el
punto de partida" de Rocío Jurado.
Es así como me siento. De nuevo en la brecha, de nuevo en el
punto de partida, pero con unos años más, habiendo derrochado juventud.
Hoy es viernes 13 de marzo, el domingo es mi cumpleaños. Hago 20 años. Cada vez que llega esa fecha pienso en que será uno de los últimos cumpleaños en los que no esté satisfecha con mi vida, pero los años van pasando y la mejora, aunque es significativa, es también muy lenta. Las grandes recuperaciones requieren mucho tiempo. Supongo...
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