Dos observadores se reconocen, siempre que se miran por primera vez, se
desvisten mutuamente como lo hacen con los demás, y se encuentran a sí
mismos en los ojos del otro, sintiendo tal vez una punzada de pudor al haber
sido descubiertos, al haberse encontrado ambos desnudos en una habitación del
tiempo, minúscula, y en la que las palabras están más que prohibidas.
Surge una
conexión, un vínculo que siempre está aunque no se diga. Un preguntarse lo que
estará pensando esa otra persona cuando los dos estáis viendo lo mismo, un
mirar de reojo a ver si sonríe, un mirar de reojo para ver esa sonrisa de medio
lado que dice mucho más que las carcajadas de los otros. Porque ya os habéis
cazado, porque ya os conocéis mucho más de lo que os conocerá el resto en
tantas conversaciones. Es la mirada de esos solitarios exploradores del mundo
y los sentimientos, adictos a las emociones puras, que se vician de las que los
demás desprenden, que las consumen, pero que solo las de otros de la misma
especie pueden llenarles. Viajantes solitarios. Perros rebeldes en silencio.
Jodidos enamorados que no se curan nunca. Idiotas que cambian periódicamente de opinión.
Seductores que van muy lento y saben acelerar. Putos amos de este mundo, qué
poco reconocidos estáis, qué pocos quedáis.
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