Me he dado cuenta de que de tanto perderme en tus ojos me
olvidé del mundo por unos años. El reencuentro ha sido agradable. Caminando
desde la estación a mi casa he visto los helechos iluminados por el atardecer a
los lados de la carretera, las nubes cortadas por las catenarias de las vías,
la luz de las farolas sobre la acera, un gato que me mira desde una ventana, el
número del kilómetro de la vía 517-6. Por supuesto, tenía que ser el seis, cuál
si no. Si es que, si no es cierto que el universo conspira a veces a nuestro
favor, habría jurado que algo a mi alrededor me gritaba que el destino existe.
Disfruto de la quietud del mundo, como antes. Pero antes de antes.
Los días son más largos y cada detalle del mundo me
reconforta. Desayunar en el jardín con mi taza sobre la madera, con mi avellano
mecido por el viento, los pájaros matutinos, las nubes viajantes, una hormiga
de ruta por mis dedos...No necesito tanto al amor. No necesito tanto a los
demás si tengo al mundo, si a quien amo es al mundo entero que no deja de
inspirarme. Aunque igual no es que sea el mundo y es que es mi tierra. La
Tierruca. Si tuviera piernas diría que pretende seducirme. Un día tú también
formaste parte de él, del mundo, hasta que te sublevaste por guapa, y a mí los
revolucionarios siempre me han vuelto loca.
Me llena la música más lenta, esa que antes parecía un error
en el modo aleatorio del reproductor. Si contemplar el mundo me es más que
suficiente, la vida con banda sonora, por inactiva que sea, suena mejor. La música
de radio a veces se busca pero otras contamina. Dame paz, que ya has sido muy
guerrera, mi capitana.
Cuando le das importancia a cada una de las cosas que
descansan en tu campo de visión, a cada uno de los sonidos que viajan por el
aire, te das cuenta de lo sobreestimulados están nuestros sentidos. Ya no nos
detenemos a desentrañar la esencia de las cosas, escogemos aquello que nos
invada, que nos tire del brazo, que se nos meta por los ojos sin abrirle la
puerta, que nos esnife a nosotros y no al revés, que nos meta mano sin darle
permiso. Estamos contaminados, de ideas y de cosas, de sentimientos y de
movimiento. Viva la simplicidad, vivan la ausencia y la quietud.
Denme una habitación vacía y una sola cosa, que si no me
pierdo. Pero no me den una persona, que no hay muros y no puedo esconderme de
mí.
Y fue así como
los disparos se convirtieron en besos. Quedamos una vez más, movidas por el
pasado y maldiciendo el presente con el objetivo de cambiarlo. Todas las veces
anteriores no habían funcionado. Tímidos destellos de complicidad en un mar de
ataques eran lo que quedaba. Eran como las estrellas, que muchas han muerto
hace millones de años pero su luz nos llega ahora. Gritos, indiferencia,
enfado, desprecio, lágrimas y reproches eran lo que nos llevábamos cada vez que
jugábamos a reencontrarnos. Y el corazón partío, por supuesto. Volvió la E de
las discusiones. Justo a tiempo pequeña, ya pensaba que te había perdido a
manos de la indiferencia. Encantada de volver a verte, pero no vengas tan
fuerte, que las dos sabemos que tú también matas.
Las noches eran
un infierno, me despertaba con el corazón agitado y una idea en bucle
paseándose en mi cabeza. Su imagen disfrutando más con Ella que conmigo,
rechazándome al haber encontrado a alguien que sí merecía la pena y yo no. La
soledad más profunda tras el amor más adictivo.
Pero anoche sus
labios me supieron a miel. Mejor empiezo por donde empezó. Mejor dicho, por
donde resucitó. Hace dos días nos lo contamos todo. Estuvimos haciendo pizzas
en su casa, como hacíamos siempre. Nos encantaba. Aquel día parecía que por fin
se había dejado posado en algún sitio el velo del reproche. La veía a ella, más
distante y más altiva, pero ella. Cuánto te había echado de menos, amor. Empezamos a hablar, como siempre, de todo y de nada. Me contó sobre su relación
con Ella, a pesar de haberle dicho mil veces que no quiero oír su nombre, que
me acuchilla el corazón. Hablamos, hablamos y hablamos, como dos desconocidas
que se han caído bien y empiezan a contárselo todo sin saber por qué.
Después, como
hacíamos hace ya mucho tiempo, nos tumbamos juntas bajo una manta en el mismo
sofá alargado y estrecho. Y nos gusta que sea tan estrecho. Entonces nos lo
contamos todo más fuerte. Como si fuese en ese momento cuando nos
reencontrábamos y no nos hubiéramos visto todas las veces anteriores, que
fueron vacías. Encima de ella, con su cuerpo contra el mío. Me sobraba la ropa.
Por fin la sentía junto a mí, muy pegada, lo más que se pudiera para fundirnos
de nuevo en una sola. Aunque esta vez parecía que eso iba a ser tarea de las
palabras y no de la piel. Parecía.
Y pude mirarla a
esos ojos verdes sin prisa, contándonos todos los secretos suave, clavándonos
los cuchillos con caricias para que no duelan. Hola pequeños, os he echado
tanto de menos… Siempre habéis sido mis favoritos, me tenéis perdida. Y
secretos y más secretos. Luego fue su piel, en mis labios. A ti también te he
echado muchísimo de menos. Fue en su frente, en su mejilla, en su mandíbula, en
su nariz, en su cuello, en el alma… Pero no en los labios. No eran míos a menos
que me les diese.
Fue al día
siguiente cuando vino a buscarme a casa de improviso. Otra de esas cosas que
siempre ha hecho y que tanto echaba de menos. Me despertó mi madre con el
teléfono en la mano: ”¿Qué te parece si vamos a tomarnos unas rabas a la
playa?”. Miré por la ventana y ahí estaba ella en su coche, hablando conmigo
sin saber que la miraba. Y hablamos más, y más, y E volvió y yo me olvidé del
escudo y de la espada. Y de mí. Fuimos olvidándolo todo para caer otra vez. Y, al salir de su coche aquella tarde, me dijo: ven, anda. Y fui. Y me besó en los
labios. Esa misma noche me invitó a dormir, con excusas mal hechas para mis
padres y sin mayor interés de que parecieran ciertas. Llegué tarde. Lo
siento. Y cocinamos como a mí me gusta, sin nada en la nevera, tirando de amor
e imaginación. “Cocinas mejor que Ella”- me dijo. Vaya, al menos una no ha
perdido su puesto de honor en el trono de la cocina. “Eso no me satisface en
demasía”- le dije, y ambas reímos. Preferiría follar mejor que Ella.
Volvimos al
salón, como el día anterior. Vimos la película que yo le regalé por su
cumpleaños, esa que todavía tenía el precinto. “The Mexicain”, de Julia Roberts
y Brad Pitt, en la que dicen: ”cuando dos personas se quieren a rabiar pero no
congenian, ¿cúando es el momento de decir se acabó? La única respuesta correcta
es nunca.”
Se tumbó sobre mí
mientras yo la abrazaba y acariciaba con ternura su pelo rubio. Se le cerraban
los ojos sin querer. Estaba tan mona…
Y besé cada
centímetro de su cara. Acaricié todas sus pecas. Os conozco bien a todas,
pequeñas. Y sus labios y los míos se reconciliaron. Hola pequeños, cuantísimo
os he echado de menos. Y tumbada sobre ella, con su cara muy cerca de la mía,
le di un beso muy suave y muy leve, en los labios, como una caricia, sin
apartarlos al acabar, deslizándose los míos sobre la piel de los suyos, pero
sin apretarse. Y otro beso al alma, uno tras otro. No había momento de parar,
no había prisa. Solo estaban sus labios, rozándose con los míos en un vaivén
mojado y lento, muy lento. Ambas entendimos entonces que habíamos echado de
menos cosas que no recordábamos ya a qué sabían, y reafirmamos el porqué de
todo. Aquellos besos iban directos a los jirones del corazón, a todas esas
heridas que nos habíamos hecho con la distancia y las discusiones. Siendo
idiotas, aunque no menos que hoy. Eran besos de salvación, de alma con alma, y
las dos sentimos esa chispa que solo nosotras entendemos. No hizo falta
hablarlo, para qué, si como mejor nos entendemos es a besos. Ese amor solo sabíamos
hacerlo nosotras. Nadie se deshace en los labios mejor. Dime quién te dice
tanto en un beso, si no soy yo. Hola E, te he echado tanto de menos…
No puedo dormir. Desde que vine aquí, todo lo que me rodea me recuerda a
ella. Nuestras fotos en mi habitación me miran, de una en una, clavándome algo
en el alma, haciéndome imaginármela con ella, disfrutando, con una nueva
ilusión aparte de mí. La calle me recuerda a ella, a todos los años que hemos
paseado jutas por todos los rincones de la ciudad. Mi casa, mis cosas, todo lo
que ella me regaló. Hasta yo misma me recuerdo a ella. Y es que era algo tan
intenso que su recuerdo está irremediablemente en todos sitios. Y ahora todo
eso se vuelve contra mí. Todo lo que me recuerda a ella hoy me hace sufrir. Tal
vez no debí dejar nunca que llegase tan sumamente hondo, reservarme un
resquicio de mi alma para mí, un pequeño rincón en el que poder descansar de
todo.
Probablemente no deba sentirme así. Menos aún cuando yo he defendido tanto
la libertad, y la defiendo. Pero, tal vez estos celos inesperados sean una
muestra de amor, que brota de lo inconsciente, de lo mucho que la quiero y que
la he querido sobre todo. Es como un impulso animal, o no sé si animal, no sé
de qué ni para qué, pero no importa. Lo que importa es que lo siento.
Tal vez sea un golpe que no haya llegado en buen momento, tal vez haya sido
el gran acto final de la obra macabra que se ha configurado para mí estos
últimos tiempos. Ya no lo sé, ya no sé nada, solo me aprieta el dolor del alma.
Y es que casi estaba mejor en Madrid, porque ella no estaba. No estaba a unos
kilómetros, con la posibilidad de verla siempre abierta y hoy a la vez cerrada,
estando sin estar, estando con la otra mientras yo estoy aquí también. Tal vez
lo que me joda es que sea “Ella”. Si fuera un hombre creo que para mí
sería distinto, incluso creo que si fuera otra mujer que no fuera ella para mí
sería mejor.
No sé qué hacer para calmar el dolor. Por una vez en mi vida no sé qué
hacer para que mi corazón siga, para que no se arrastre por el mundo. Y es
paradójico que sea en esta situación. Con qué rapidez se vuelven en tu contra a
veces tus propios principios. Yo que siempre me he partido la cara por defender
mi libertad de amar, aunque no la ejerciera, por no limitar la naturalidad de
los amores que nacen solos, aunque no le lleguen ni a la suela a otros. Cuántas
veces he sido yo la que les ha hecho ver a los demás la solución, la que les ha
abrazado con seguridad cuando temblaban. Era yo la que lo veía todo claro, con unos
principios de acero.
Ya no entiendo por qué tantos frentes estos últimos años. Por qué yo
y por qué esto ahora. ¿Realmente me lo buscado? He llegado a un punto en el que
ya acepto todo revés de la vida. Por mucho que te hayas esforzado, por mucho
que hayas luchado, alguien pulsa un botón un día y llega un frente nuevo contra
el que armarse. Ya tan siquiera me indigna esa injusticia, ya me parece lógica,
me parece que es como tiene que ser, a pesar de que yo no lo merezca. O igual
tiene todo que ver con ella, no es que quiera culparle, pero tal vez todo esté
relacionado de algún modo, en algún lugar que yo no entiendo. Porque hoy ya no
entiendo nada, ya solo duele.
Esperaba que dormir me aliviase, me hiciese despertar más fuerte. Sin
embargo, me he despertado a las 6, con la cabeza llena de nudos, de bucles de
imágenes repetitivas, con melodías que me hacen cantar su letra en mi mente una
y otra vez, canciones que me hablan de ella, mezclando varias partes de mi
vida, haciéndome vivir el mismo episodio minuto tras minuto con el mismo
sufrimiento y sin poder despertarme. Con ansiedad. Sin poder llorar. Es solo
cuando me despierto cuando puedo hacerlo, aunque me duela existir. Dormir duele
más.
Y no sé qué es lo que quiero ahora. Si debo verla o no verla. Si quiero
dejarla a parte o quiero estar con ella. Y, ¿qué necesito? Tal vez este punto
sea el más importante en mi situación. Todo esto me recuerda a una canción a la
que siempre acudo, cuando el presente acusa y no tengo a esa familia que mima tus
restos cuando llegas derrotada, disimulando las lágrimas en la lluvia que te ha
calado desde la estación de tren a casa. Apareces con las mejillas y los nudillos helados, el pelo pegado en la frente, y esa ausencia tan profunda en la mirada: “When you try your best but you don't succeed. When you get what you want but
not what you need. When you feel so tired but you can't sleep. Stuck in reverse. When the tears come streaming down your face. When you lose
something you can't replace. When you love someone but it goes to waste. Could it be worse? Lights will guide you home. And ignite your bones. I
will try to fix you.”
"...but if you never try you will never know just what you are worth."
Necesito que alguien me saque de esto, como siempre hago yo. Pero quién,
dónde y por qué. Yo no lo sé, pero le ruego que venga y lo haga. Ya.
Y qué hay sobre la historia de cómo me rompió el corazón.
Esa que no puede contarse sin antes hablar de los relatos de tiempos
fantásticos, del amor y el éxtasis en que la pasión explota. Pues yo voy a
saltarme el orden, porque estos casos son más urgentes, necesitan más ser
expresados que los otros.
Lo que quiero decir, es que ni yo misma sé cómo, pero he
llegado a ese momento en el que una no puede moverse, ni hacia delante ni hacia
atrás, a pesar de invertir todas sus fuerzas en mover la pared que tiene
delante. En soledad en La Ciudad De La Gente, en Madrid, viviendo bajo el título de la
juventud emprendedora, loca e inolvidablemente feliz. Pero ese título es una
mentira, en mi caso. Ha llegado el momento en el que tengo dos caras, una para
el que pregunta y la otra para mí misma, que soy quien tiene la verdadera
respuesta. Aunque, el ojo y el oído son sabios, y es inevitable que una se
asome de vez en cuando en la otra, incluso la exterior invade a veces a la
interior, queriendo cambiarle su verdad.
Tenía un apoyo que no sé si aún tengo, una de esas personas
que están, pero que están siempre, aunque no las veas, porque son una parte
de ti. Ella, de quien me enamoré perdidamente. Ciega de amor. Renuncié a cosas
que no supe lo que valían hasta ahora, varios años después, que aún pago
seriamente su factura. Si
alguien puede darlo todo de sí mismo, yo lo hice. El corazón, entero, arrancado
de mi pecho, la pasión, el esfuerzo, el sufrimiento prolongado, todo mi tiempo, todos mis pensamientos, todas mis lágrimas, todo mi apoyo, todas mis carcajadas, todos mis besos…
Y es hoy cuando parece que todo ese tiempo intermedio se
borró, que le quitaron la trama a la historia y nos quedamos con un principio y
un final extraños e ininteligibles.
Y como digo, aquí estoy rodeada de gente, de extraños, más
sola que nunca. Comiéndome mis 20 años y rezando para no vomitarlos. Cambié de vida, de ciudad, de todo por una oportunidad, por
pelear por eso que creía que me correspondía, por ser feliz y huir del nudo que
se había hecho mi presente en mi ciudad natal. Y lo he hecho con todas mis
fuerzas, como con todos mis grandes objetivos. Al principio parecía que casi todo iba
como debía, y digo casi, porque el único problema era ella. Se me dibuja una
sonrisa al pensar que, efectivamente, por quién o por qué iba a ser si no.
Es como la historia de los trágicos amantes. Es como una
despedida en la que hay que aceptar que no hay segundas partes, ni vueltas, ni
oportunidades. Se rompió, con los días, con el uso, con los descuidos. Se
rompió y ahora solo quedan los cristales rotos en el suelo de lo que un día fue
lo más hermoso. Aunque trate de pegarlos no será más que un pobre corazón a
base de parches. Ya estará magullado, ya habrá perdido su espíritu nuevo,
fresco y sobre todo, esa ilusión tan enorme, que lo gobernaba todo. Quedará
un vacío, una cáscara, unos restos. Nada más de esas miradas encendidas que
ardían al mirarse, que se deshacían en la piel. Nada más.
Mi mente viaja sola,
a recomponer su herida. Ha subido a La Picota. Donde tal vez todo empezó, todo acabe.
La brisa choca contra mi cara y hace volar a mi pelo. Ese lugar es un
santuario. La naturaleza me regala su comprensión. El mar deja que duerma en su
colchón azul, que me pierda en sus infinitas aguas hasta que esté preparada
para volver, hasta que la quietud me haya curado.
Me basta con tus ojos, me basta con tu piel, con tus manos,
con tu pelo, aunque ellos hoy no me quieran. Me basta con contemplarlos, ellos
me hablan de tiempos pasados, ellos me recuerdan que un día las dos nos
deshicimos en amor. Que no había nada más en el mundo que tú y que yo. Que
jamás hubo dos amantes como nosotras. Tan siquiera pido una sonrisa. No pido
una caricia aunque me duela tu piel en mis dedos. Solo quiero verte, aunque tu
no me quieras, aunque no me esperes ni estés dispuesta a empujarme, a
arrastrarme a donde un día lo hice yo. Pero no te culpo, no todos somos
iguales. El corazón a veces se cierra. Lo que pasa es que ese “para siempre” para mí fue cierto. Me creí el para siempre, como en las películas de Disney. El
cuento feliz, el príncipe y la princesa que no son más que dos. Me creí que el
mundo no era como es, que si uno quiere algo lo quiere para siempre, que el
amor no acaba, que la lealtad estaba por encima. Tal vez es eso, que no quise
crecer, que no quise ver que al fin y al cabo el mundo era un lugar inhóspito. Y ya ves, que en realidad todo cambia.
Yo he cambiado. Hoy tú has cambiado y tu amor por mí también lo ha hecho. Pero
mi corazón no se ha adaptado, sigue en el país de nunca jamás, sigue atemporal
en el mundo del cambio. Sigue teniendo tu nombre grabado en el centro, como un
diamante eterno.
Por qué no puedo volver atrás, a vivir eso una vez más, a
enamorarme otra vez de ti, a explotar de amor y que tú explotes conmigo. Por
qué el tiempo pasa, joder. Por qué no para de una puta vez. Por qué ha jugado así
conmigo. Yo no firmé esta mierda, yo siempre hice lo bueno, lo correcto,
siempre luché contra lo injusto. Y ahora no me regala nada de todo aquello por
lo que yo peleé. Ahora solo me queda mi mente, con recuerdos que
inevitablemente van borrándose. Mi mente fallida y tus cartas. Al menos eso
está, de tu puño y letra. Tus promesas firmadas con tu alma en mi papel.
¿Qué ha hecho que hayamos llegado aquí, si tú y yo solo
quisimos amarnos? ¿Por qué nos hemos perdido? ¿Acaso ha sido por mí? ¿Ha sido
inevitable? Volvería a enamorarme de ti, una y mil veces. Volvería a cometer el
error más grande de mi vida.
Pero ahora esas dos niñas que disfrutaban juntas, que solo reían
y se reían del mundo que les rechazaba, que eran una, yendo de la mano hasta el
abismo mismo, hasta el fin en el que ahora me faltas junto a mí, se han perdido y no se encuentran. Han pasado
años, el universo nos los ha robado como se los roba a todos. Y jamás podremos
volver al paraíso. Jamás. Eso ya fue para nosotras, las leyes del universo no
nos dan una oportunidad, tampoco a nosotras, aunque en algún momento hayamos
sido sus amantes de honor. Pero sigo mirándote y deseando besarte, besar a los labios
con los que aprendí a amar, a amar a alguien por encima de mí misma y de todo
lo demás. Esos labios que tienen a los míos en su tacto, entre sus arrugas, en
su dibujo, en su precioso relieve.
Al menos espero que en lo más hondo de ti pienses en mí, que recuerdes todo aquello, que lo eches de menos como yo lo hago. Me basta con que
en algún lugar me recuerdes como fui para ti, y que nunca jamás me olvides. Te
quiero, y te querré toda la vida. Sé muy feliz.