18-08-2015
Me he dado cuenta de que de tanto perderme en tus ojos me
olvidé del mundo por unos años. El reencuentro ha sido agradable. Caminando
desde la estación a mi casa he visto los helechos iluminados por el atardecer a
los lados de la carretera, las nubes cortadas por las catenarias de las vías,
la luz de las farolas sobre la acera, un gato que me mira desde una ventana, el
número del kilómetro de la vía 517-6. Por supuesto, tenía que ser el seis, cuál
si no. Si es que, si no es cierto que el universo conspira a veces a nuestro
favor, habría jurado que algo a mi alrededor me gritaba que el destino existe.
Disfruto de la quietud del mundo, como antes. Pero antes de antes.
Me llena la música más lenta, esa que antes parecía un error
en el modo aleatorio del reproductor. Si contemplar el mundo me es más que
suficiente, la vida con banda sonora, por inactiva que sea, suena mejor. La música
de radio a veces se busca pero otras contamina. Dame paz, que ya has sido muy
guerrera, mi capitana.
Cuando le das importancia a cada una de las cosas que
descansan en tu campo de visión, a cada uno de los sonidos que viajan por el
aire, te das cuenta de lo sobreestimulados están nuestros sentidos. Ya no nos
detenemos a desentrañar la esencia de las cosas, escogemos aquello que nos
invada, que nos tire del brazo, que se nos meta por los ojos sin abrirle la
puerta, que nos esnife a nosotros y no al revés, que nos meta mano sin darle
permiso. Estamos contaminados, de ideas y de cosas, de sentimientos y de
movimiento. Viva la simplicidad, vivan la ausencia y la quietud.
Denme una habitación vacía y una sola cosa, que si no me
pierdo. Pero no me den una persona, que no hay muros y no puedo esconderme de
mí.
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