domingo, 23 de agosto de 2015

Oasis

1-08-2015

Y fue así como los disparos se convirtieron en besos. Quedamos una vez más, movidas por el pasado y maldiciendo el presente con el objetivo de cambiarlo. Todas las veces anteriores no habían funcionado. Tímidos destellos de complicidad en un mar de ataques eran lo que quedaba. Eran como las estrellas, que muchas han muerto hace millones de años pero su luz nos llega ahora. Gritos, indiferencia, enfado, desprecio, lágrimas y reproches eran lo que nos llevábamos cada vez que jugábamos a reencontrarnos. Y el corazón partío, por supuesto. Volvió la E de las discusiones. Justo a tiempo pequeña, ya pensaba que te había perdido a manos de la indiferencia. Encantada de volver a verte, pero no vengas tan fuerte, que las dos sabemos que tú también matas.

Las noches eran un infierno, me despertaba con el corazón agitado y una idea en bucle paseándose en mi cabeza. Su imagen disfrutando más con Ella que conmigo, rechazándome al haber encontrado a alguien que sí merecía la pena y yo no. La soledad más profunda tras el amor más adictivo.

Pero anoche sus labios me supieron a miel. Mejor empiezo por donde empezó. Mejor dicho, por donde resucitó. Hace dos días nos lo contamos todo. Estuvimos haciendo pizzas en su casa, como hacíamos siempre. Nos encantaba. Aquel día parecía que por fin se había dejado posado en algún sitio el velo del reproche. La veía a ella, más distante y más altiva, pero ella. Cuánto te había echado de menos, amor. 

Empezamos a hablar, como siempre, de todo y de nada. Me contó sobre su relación con Ella, a pesar de haberle dicho mil veces que no quiero oír su nombre, que me acuchilla el corazón. Hablamos, hablamos y hablamos, como dos desconocidas que se han caído bien y empiezan a contárselo todo sin saber por qué.




Después, como hacíamos hace ya mucho tiempo, nos tumbamos juntas bajo una manta en el mismo sofá alargado y estrecho. Y nos gusta que sea tan estrecho. Entonces nos lo contamos todo más fuerte. Como si fuese en ese momento cuando nos reencontrábamos y no nos hubiéramos visto todas las veces anteriores, que fueron vacías. Encima de ella, con su cuerpo contra el mío. Me sobraba la ropa. Por fin la sentía junto a mí, muy pegada, lo más que se pudiera para fundirnos de nuevo en una sola. Aunque esta vez parecía que eso iba a ser tarea de las palabras y no de la piel. Parecía.

Y pude mirarla a esos ojos verdes sin prisa, contándonos todos los secretos suave, clavándonos los cuchillos con caricias para que no duelan. Hola pequeños, os he echado tanto de menos… Siempre habéis sido mis favoritos, me tenéis perdida. Y secretos y más secretos. 

Luego fue su piel, en mis labios. A ti también te he echado muchísimo de menos. Fue en su frente, en su mejilla, en su mandíbula, en su nariz, en su cuello, en el alma… Pero no en los labios. No eran míos a menos que me les diese.



Fue al día siguiente cuando vino a buscarme a casa de improviso. Otra de esas cosas que siempre ha hecho y que tanto echaba de menos. Me despertó mi madre con el teléfono en la mano: ”¿Qué te parece si vamos a tomarnos unas rabas a la playa?”. Miré por la ventana y ahí estaba ella en su coche, hablando conmigo sin saber que la miraba. 

Y hablamos más, y más, y E volvió y yo me olvidé del escudo y de la espada. Y de mí. Fuimos olvidándolo todo para caer otra vez. 

Y, al salir de su coche aquella tarde, me dijo: ven, anda. Y fui. Y me besó en los labios. 

Esa misma noche me invitó a dormir, con excusas mal hechas para mis padres y sin mayor interés de que parecieran ciertas. Llegué tarde. Lo siento. Y cocinamos como a mí me gusta, sin nada en la nevera, tirando de amor e imaginación. “Cocinas mejor que Ella”- me dijo. Vaya, al menos una no ha perdido su puesto de honor en el trono de la cocina. “Eso no me satisface en demasía”- le dije, y ambas reímos. Preferiría follar mejor que Ella.

Volvimos al salón, como el día anterior. Vimos la película que yo le regalé por su cumpleaños, esa que todavía tenía el precinto. “The Mexicain”, de Julia Roberts y Brad Pitt, en la que dicen: ”cuando dos personas se quieren a rabiar pero no congenian, ¿cúando es el momento de decir se acabó? La única respuesta correcta es nunca.”

Se tumbó sobre mí mientras yo la abrazaba y acariciaba con ternura su pelo rubio. Se le cerraban los ojos sin querer. Estaba tan mona…

Y besé cada centímetro de su cara. Acaricié todas sus pecas. Os conozco bien a todas, pequeñas. Y sus labios y los míos se reconciliaron. Hola pequeños, cuantísimo os he echado de menos. Y tumbada sobre ella, con su cara muy cerca de la mía, le di un beso muy suave y muy leve, en los labios, como una caricia, sin apartarlos al acabar, deslizándose los míos sobre la piel de los suyos, pero sin apretarse. Y otro beso al alma, uno tras otro. No había momento de parar, no había prisa. Solo estaban sus labios, rozándose con los míos en un vaivén mojado y lento, muy lento. Ambas entendimos entonces que habíamos echado de menos cosas que no recordábamos ya a qué sabían, y reafirmamos el porqué de todo. Aquellos besos iban directos a los jirones del corazón, a todas esas heridas que nos habíamos hecho con la distancia y las discusiones. Siendo idiotas, aunque no menos que hoy. Eran besos de salvación, de alma con alma, y las dos sentimos esa chispa que solo nosotras entendemos. No hizo falta hablarlo, para qué, si como mejor nos entendemos es a besos. Ese amor solo sabíamos hacerlo nosotras. Nadie se deshace en los labios mejor. 

Dime quién te dice tanto en un beso, si no soy yo. Hola E, te he echado tanto de menos…

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