viernes, 4 de septiembre de 2015

Ecos

28-08-2015   0:40

Por qué un beso se ha convertido en dos, y en tres… Por qué hoy no querías desengancharte de mis labios, no querías que me bajase del coche. Por qué si tú no quieres volver conmigo. ¿Acaso quieres coger lo mejor de una y de otra cuando te apetezca dejarte llevar? Egoísta. De mí has elegido mi manera de besar.

No podía sonar esa canción sin que tú y yo nos defendiésemos a besos. Teníamos que atacarla juntas.

Volvíamos de cenar, como amigas que parece que habíamos decidido ser. Iba a bajarme del coche y te di un abrazo para despedirme, y tú me diste un beso sencillo. Nos permitíamos eso, un pico de amigas, que de amigas solo tenía el nombre, y lo sabíamos. Y luego yo te di otro más lento en la penumbra de aquella escena nocturna.



Me preparaba para irme, pero entonces el destino nos puso banda sonora:

“No lo ves, no hay manera de que esto vaya bien,
tú y tus manías de siempre,
yo con mis prisas y mis ganas de crecer.
No lo ves, sabe Dios que me duele a mí también,
no despedirnos de noche,
dejando el reproche para el amanecer.”

La canción que sonaba en el reproductor era “Ecos”, de Pablo Alborán.

Publiqué esta canción para ti en mi tablón. Lo hice en mayo, cuando la distancia me abrasaba en el pecho, cuando nos estábamos perdiendo en la ausencia de todo, cuando yo estaba sola y tú tenías el calor de otra, cuando los ataques estaban pudiendo más, cuando nos estábamos diciendo adiós a través del silencio y nos faltaba despedirnos. Nada ha vuelto a ser igual desde entonces.

La vida quiso que nos dejásemos llevar en aquel momento, tú quisiste que lo hiciéramos, yo no me sentía con el derecho. Y otra vez esos besos sin apenas abrir la boca, solo con los labios mojados. La línea roja estaba fijada en una frontera clara. Pero a los sentimientos no les puede contener un muro, una barrera mecánica, y menos aún si se está enamorada, como lo estoy yo. Es como darle a un genio un papel arrugado y un lápiz de propaganda, no necesita más, puede hacer maravillas con cualquier cosa y salir con clase de la sala. Adelante, pon más límites y te demostraré de qué sirven.

Y nuestros labios se mecían al vaivén de las notas y el compás se aceleraba poco a poco. Con los ojos cerrados, consciente de que más estaba prohibido, de que no eras mía porque tú no querías.

Me separé y suspiré para calmarme. Lo responsable era cortar aquel momento. Ya no estamos en el antes, esto es ahora ¿recuerdas? “Bueno” – dije. Abrí la puerta mirando al suelo, conscientes ambas de que nos estábamos conteniendo.

“Hazme sentir que lo bueno está por llegar,
que esto también pasará.
Hazme sentir que compartimos un mismo latir,
haz que me acuerde de ti
como el mejor despertar que he podido vivir.”

Y mientras buscaba las llaves en el bolsillo de mi mochila me diste un beso fuerte y largo, sintiendo la presión de tu boca contra la mía. Mis manos dejaron de moverse en aquel bolsillo.

Miré hacia mi salón. Estaba la ventana abierta y mi perro nos miraba desde el balcón. Mi padre tenía que saber que estábamos allí y tenía que estar oyendo esa canción, podía asomarse en cualquier momento. Pero esto, como he dicho, es el ahora, no es el antes, y eso incluye el hecho de que eso ya no importaba, como tantas otras cosas.

“Harto de los ecos de un pasado
que aparece cada vez
y los miedos que tengo me arañan por dentro.
Y tú no ayudas a encontrar el porqué
del silencio, la derrota
y de la rabia que en la boca te dejé.

Y ahora intenta decir que me amas,
sin miedo a que parezca mentira otra vez.”

Al oír este último verso me dije: “esta canción hay que bailarla con los labios porque está sonando para nosotras”. El único sitio en el que puedo oírla sin que me haga daño es en tu boca. Y la mía quería despedirse de la tuya otra vez aunque fuera rápido.

Nos dimos otro beso y quise otro más, pero tú te apartaste despacio. Notaste mis ganas contenidas mientras yo bajaba la mirada. Me separé y miré al frente a través de la luna del coche un par de segundos, a la nada oscura. Puse la mano sobre la manilla de la puerta y te miré a los ojos para decirte adiós, y después a tus labios. Y arreglamos lo que acababa de pasar.

Esta vez nos dejamos llevar más. Llegué con más convicción. El roce era más rápido, se atropellaban unos besos con otros, se apresuraban, se enredaban y pisaban por morir antes, con el corazón acelerándose sin que me diese cuenta, sin pensarlo. Pero daba igual, porque todo estaba controlado, todo tenía un claro límite. Se oían nuestras inspiraciones y exhalábamos aire a la boca de la otra, sorteando tu nariz con la mía sin evitar el roce. Entonces iban haciéndose más lentos cada vez, con mi mano en tu mandíbula y la tuya en la mía, para al final, separarnos. Pablo Alborán había dejado de cantar.

 “Y no lo ves, digo yo que algo tendremos que hacer,
borra de golpe su nombre en mi nombre
y así lo olvidaré.
Y no irá bien mientras yo te reproche de más
y tú te escondas con la duda otra vez.
No quiero más pulsos, hay tanto que perder.

Hazme sentir que lo bueno está por llegar,
que esto también pasará.
Hazme sentir que compartimos un mismo latir,
haz que me acuerde de ti
como el mejor despertar que he podido vivir.

Harto de los ecos de un pasado
que aparece cada vez
y los miedos que tengo me arañan por dentro.
Y tú no ayudas a encontrar el porqué
del silencio, la derrota
y de la rabia que en la boca te dejé.

Y ahora intenta decir que me amas,
sin miedo a que parezca mentira otra vez.”




No hay comentarios:

Publicar un comentario