Al final todos volvemos. A lo que pasaba antes de nuestras
aventuras de jugar a ser adultos. A aquellas heridas en las rodillas, y después en el
corazón, pero a ese no se le pueden poner tiritas de colores. Porque aquello que
pasaba cuando no sabíamos sumar es lo único que permanece, lo que nos hizo ser
lo que somos, más allá del amor, de la competitividad, del fracaso, del éxito y
de la gente que entra y sale de nuestras vidas. Y ojalá nunca hubiera sabido de
números.
La música que escuchaban tus padres cuando eras niña, las
meriendas que te hacía tu abuela, cuando la invitabas a desayunar frutas de
plástico a las ocho de la tarde, el olor del cuarto de tu hermana, los viejos
libros que ya estaban en el salón cuando naciste. Tu casa. El mar, que siempre
está ahí, en las duras y en las maduras. Todas las arrugas perfectas de tu
palma, forjadas en recuerdos. Cuántos balones han botado, cuántas puertas han
abierto, cuántas lágrimas han secado, tuyas y de otros. Cuántos pelos han
enredado y labios han acariciado, o más bien, veces han amado a los de Ella,
porque no hubo otros iguales. Y siguen ahí, como
fotogramas escondidos en los surcos de tu piel. Son verdad, no fue un sueño.
Mira tus manos.
Todo eso eres tú. Has dejado que te roben algunas canciones,
que compartiste con la persona que te robó también el corazón. Pero todo lo
demás está ahí, y cuando lo necesites no dudes en quitarle el polvo a la
portada, porque permanece intacto para ti, por si algún día quieres volver a
leerte. Por si algún día te olvidas de quién eres y de por qué estás donde
estás. Por si necesitas recordarte que eres la persona más importante de tu
vida. Que sin ti no habrías hecho todo lo que has hecho por los demás, ni lo
que hicieron ellos por ti. Eres la única razón que importa para casi todo. Y, hazme
caso, es más que suficiente.
Ya sé que otra vez el corazón, otra vez el amor y el
desamor. Lo mismo de siempre, no hay más temas sobre los que escriban los
poetas, ni los masoquistas. Pero mentiría si hablase de otra cosa, y esto no es
un teatro. No sé fingir para satisfacer, lo olvidé mientras me enamoraba.
Porque si hablo de recuperación es porque me han partido el corazón, como el
súbito impacto de un accidente de coche, y ese silencio grave de después. Pero
no uno, uno tras otro todos los días. Porque quién necesita hablar de sus
raíces si no es porque le han cortado las alas al volar. El amor de verdad es
así, amor del duro, un poco de cielo y un poco de infierno. Cuando te llevan
una vez al paraíso quieres volver siempre, sea cual sea el precio.
Otra vez hablando de ti, mil y una veces. De lo que he
perdido y de lo que no sé si aún puedo recuperar. De cómo te ríes mirándome a
los ojos y de cómo se encogen nuestros pechos en una carcajada ahogada. De tu
torpe manera de caminar por las calles que solían ser nuestras. De aquellos
pómulos que ardían de llorar, y de esas lágrimas saladas en mis labios al
besarlos. Cuando todavía me necesitabas. Sentadas en mi cama con mi mano sobre
la tuya, deslizándola al compás improvisado de la primera ternura que se
entrega. Capaz de romper la tierra de un golpe para protegerte. Y tan
jodidamente fuerte. Yo tampoco sabía de amor cuando te enseñé.
Todo aquello siendo amigas, para qué más, si dentro de esa
palabra entraba todo. A fuego lento, como las mejores cosas. Hasta que para
cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos llegado al cielo sin pretenderlo, en
una nave de cartón. A bailar nuestro tango en los salones que hay sobre las
nubes. Nosotras, perfectas, invencibles, eternas. Lo nuestro ya no tenía
nombre.
Todo lo que tenía me lo dejé en esto, en aquel altar para
ti. Y ya no me queda para nadie. Ni para mí. Cómo voy a poder olvidar si lo has
sido todo, si para rebobinar al antes tengo que retroceder a cuando salíamos al
patio a agarrar las verjas para tener un poco más cerca el futuro. ¿Ves? ¿Cómo
no hay un antes? Se supone que ahora tengo que reinventarme al margen
de lo mejor de mí, y que tengo que buscarme una personalidad aparte de
todo aquello. Una corriente, correcta, estable… Con toda la repulsa que me
producen esas palabras. Y sobre todo, que no sepa de amor.
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