miércoles, 4 de noviembre de 2015

Reparación en curso

Al final todos volvemos. A lo que pasaba antes de nuestras aventuras de jugar a ser adultos. A aquellas heridas en las rodillas, y después en el corazón, pero a ese no se le pueden poner tiritas de colores. Porque aquello que pasaba cuando no sabíamos sumar es lo único que permanece, lo que nos hizo ser lo que somos, más allá del amor, de la competitividad, del fracaso, del éxito y de la gente que entra y sale de nuestras vidas. Y ojalá nunca hubiera sabido de números.


La música que escuchaban tus padres cuando eras niña, las meriendas que te hacía tu abuela, cuando la invitabas a desayunar frutas de plástico a las ocho de la tarde, el olor del cuarto de tu hermana, los viejos libros que ya estaban en el salón cuando naciste. Tu casa. El mar, que siempre está ahí, en las duras y en las maduras. Todas las arrugas perfectas de tu palma, forjadas en recuerdos. Cuántos balones han botado, cuántas puertas han abierto, cuántas lágrimas han secado, tuyas y de otros. Cuántos pelos han enredado y labios han acariciado, o más bien, veces han amado a los de Ella, porque no hubo otros iguales. Y siguen ahí, como fotogramas escondidos en los surcos de tu piel. Son verdad, no fue un sueño. Mira tus manos.

Todo eso eres tú. Has dejado que te roben algunas canciones, que compartiste con la persona que te robó también el corazón. Pero todo lo demás está ahí, y cuando lo necesites no dudes en quitarle el polvo a la portada, porque permanece intacto para ti, por si algún día quieres volver a leerte. Por si algún día te olvidas de quién eres y de por qué estás donde estás. Por si necesitas recordarte que eres la persona más importante de tu vida. Que sin ti no habrías hecho todo lo que has hecho por los demás, ni lo que hicieron ellos por ti. Eres la única razón que importa para casi todo. Y, hazme caso, es más que suficiente.



Ya sé que otra vez el corazón, otra vez el amor y el desamor. Lo mismo de siempre, no hay más temas sobre los que escriban los poetas, ni los masoquistas. Pero mentiría si hablase de otra cosa, y esto no es un teatro. No sé fingir para satisfacer, lo olvidé mientras me enamoraba. Porque si hablo de recuperación es porque me han partido el corazón, como el súbito impacto de un accidente de coche, y ese silencio grave de después. Pero no uno, uno tras otro todos los días. Porque quién necesita hablar de sus raíces si no es porque le han cortado las alas al volar. El amor de verdad es así, amor del duro, un poco de cielo y un poco de infierno. Cuando te llevan una vez al paraíso quieres volver siempre, sea cual sea el precio.

Otra vez hablando de ti, mil y una veces. De lo que he perdido y de lo que no sé si aún puedo recuperar. De cómo te ríes mirándome a los ojos y de cómo se encogen nuestros pechos en una carcajada ahogada. De tu torpe manera de caminar por las calles que solían ser nuestras. De aquellos pómulos que ardían de llorar, y de esas lágrimas saladas en mis labios al besarlos. Cuando todavía me necesitabas. Sentadas en mi cama con mi mano sobre la tuya, deslizándola al compás improvisado de la primera ternura que se entrega. Capaz de romper la tierra de un golpe para protegerte. Y tan jodidamente fuerte. Yo tampoco sabía de amor cuando te enseñé.

Todo aquello siendo amigas, para qué más, si dentro de esa palabra entraba todo. A fuego lento, como las mejores cosas. Hasta que para cuando quisimos darnos cuenta ya habíamos llegado al cielo sin pretenderlo, en una nave de cartón. A bailar nuestro tango en los salones que hay sobre las nubes. Nosotras, perfectas, invencibles, eternas. Lo nuestro ya no tenía nombre.

Todo lo que tenía me lo dejé en esto, en aquel altar para ti. Y ya no me queda para nadie. Ni para mí. Cómo voy a poder olvidar si lo has sido todo, si para rebobinar al antes tengo que retroceder a cuando salíamos al patio a agarrar las verjas para tener un poco más cerca el futuro. ¿Ves? ¿Cómo no hay un antes? Se supone que ahora tengo que reinventarme al margen de lo mejor de mí, y que tengo que buscarme una personalidad aparte de todo aquello. Una corriente, correcta, estable… Con toda la repulsa que me producen esas palabras. Y sobre todo, que no sepa de amor.



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