11-11-15
Brotó el verbo en torrente en mi cabeza. Esta tarde quise
gritarte una poesía. Seguro que no te ha importado, así que no te la he
enseñado. Ni la he escrito.
A veces resulta más placentero acariciar las ideas para que
no se rompan que catapultarlas a la realidad de un golpe. Son muy frágiles,
tanto como exigentes son los ideales.
Decía algo así como que tengo un montón de flores secas
encerradas en el peso de todas las páginas que hemos pasado, aplastadas por un
mar de epitafios que lapidan la prosa de nuestros pasados presentes. Puestas
ahí con la misión de mandarles un mensaje a nuestros futuros, para que al
reabrir nuestra historia nos invada el aroma de aquellos días y paremos a
replantearnos el ahora, si no es demasiado tarde. Como un mensaje lanzado al
mar en una botella, perdido en el océano del tiempo sin saber si encallará en
la playa de algún presente.
A mí por ahora sólo me han llegado zarzas envenenadas con
aroma a melancolía. Y no me pareció que mereciera la pena romper con realidades
flores frescas para terminar escribiendo espinos tristes.
Avísame si hueles a
vainilla.
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