sábado, 28 de noviembre de 2015

La flor de mi guerra

Por lo que yo sé, hasta ahora prefiero a los callados. Son más sabios, más íntimos. Su voz pesa, aplasta a las de los demás, y a sus dueños. Ellos sentencian, no sugieren, y cuando es su momento nunca fallan.

Sin embargo, al otro lado del frente de combate, la osadía es un escudo excelente. Las palabras de un deslenguado chocan contra las de los otros y las deshacen en el aire, antes de que lleguen a atacarles. Es aquello de que la mejor defensa es un buen ataque. Ellos están siempre alerta, con la metralleta cargada de frases en salidas de emergencia. Condenados por sí mismos a que su yo más puro muera atrapado tras una armadura de juicios de metal. Pero es cierto, no hay que olvidarse de que Nunca Jamás nunca jamás existió, y de que este mundo es Para Siempre en plena batalla. Ellos lo saben bien. Y qué triste es vivir en guerra.

En cambio los callados... Observan, se camuflan. Hilan fino y no tienen prisa. Más que callados son secretos. Agentes. Les cubre un velo de prudencia inquebrantable. Ellos también corren el riesgo de marchitarse consigo mismos dentro, pero no atacan, esperan el momento exacto. Su momento. Hasta entonces, absorben las palabras. Todas. Y con ellas trazan un mapa preciso del terreno. Aunque, en un mundo en el que hay más mierda que flores, ser un recipiente silencioso es garantía de convertirte en maceta para estiércol. Y hay tanta gente que defeca por la boca y luego no se limpia...

Entonces llega un día en el que alguien deja una semilla en lo alto de tu montaña de caca, o la trae el viento, o directamente ese alguien se entierra dentro porque hace más calor. Y crece una flor. No es más bonita que ninguna, sino que todas. Crece nutriéndose de toda esa mugre que han recogido los años. Una flor esbelta y hermosa. Fuerte.



Ahí va, sus ideas caminan con tacones y a ella no le hacen falta para alcanzar a ver los atardeceres. Es la envidia de todos esos insolentes charlatanes que, por supuesto, la atacan como saben, a susurros. Susurros que mueren bajo su caminar. Y ella se hace cada vez más guapa, más princesa, mas lista, más... Más cerca. De mí.

Explota los globos que guardan mis sueños, que están esperando su momento para nacer al tocar tierra firme. Lo hace con su alfiler de sastre de aventuras. Pum. Ella borra la palabra deseo para escribir cumplido.

Y es entonces cuando descose mi boca para por fin decirle: te quiero. Y no callar nunca más.


Así que, será cierto, perderemos mil batallas, pero la guerra es nuestra. A esto se gana con flores. Revoluciones y claveles. Ahora lo entiendo.

Es al final cuando los callados abrimos la boca para mandar callar. O no. Para dar las gracias. A los blablás. Esta flor está en mi maceta. Y es mía.

Jaque mate.




Les carottes sont cuites.

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