jueves, 3 de diciembre de 2015

Anatomía de un crujido sordo



Aún me pregunto,
qué tecla se ha roto,
qué barrote
de los que encerraban
a mi soledad,
que ha salido
apresurada y sin bragas,
a reponer la compañía
que tú siempre me dabas.

Ha acudido a mí,
como la sangre
al agua caliente.
A estrecharme
muy fuerte,
para subrayarme
las lágrimas
que tú antes borrabas
con besos en mi frente.

Todo se precipitó, como siempre, después de un estruendo bronco. Tengo la sensación de haber pisado algo.

Y ese algo,
diminuto como un bichito,
pero vital,
ha muerto en el polvo
de una de mis huellas.
Pero, ¿de cuál?

Lo sé porque oí su exoesqueleto crujir bajo mi suela. Pero por más que reviso la historia no encuentro la frase, el número de la página en la que está enterrado.

Solo tengo ese eco
de cuando se rompió,
al dejar caer mi peso.

Y, si no puedo ponerles nombre a mis ilusiones muertas, seguirán apareciendo a su hora los fantasmas sin rostro que vienen a apretarme por las noches. Y me dicen "que se llama(n) soledad."

Ni viven ni mueren.
No sé cómo llamarles,
ni de qué recuerdo beben.
No puedo saber cómo matarles.

Me acompañan como el borrón antes un punto y final, que le ha negado el sentido a toda la novela que mi vida se ha molestado en escribir.

Para mi jamás morirán,
pero nunca más estarán vivas.
Aquellas ilusiones.

Estarán, supongo, encerradas en el cajón de los juguetes rotos. Los que nadie tira. Donde está el guiño que le falta a una sonrisa tuerta .)

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