domingo, 13 de marzo de 2016

Tacones perdidos

Conozco un lugar, donde la luz viste de noche y arroja lentejuelas de colores que parpadean sobre los cuerpos de tribus tan sólidas como volátiles. Desconocidos se abrazan y saltan en corro, gritando a viva voz que “son la revolución”. El aire engorda en vapor y lame alientos de alcohol. Los posibles son certezas y la debilidad queda en la puerta. Las dudas son antifaces que se dejan en el perchero a 3 euros la vergüenza. Los talones y las miradas se clavan en pasos de bailes inventados, de musas que nunca seré más que hoy, que las soy todas a la vez. Me las creo, se las creen. Hoy lo soy todo.

Fluye, como un calambre cálido. Incontrolable. Empieza en los brazos, pasa por los hombros, sube a través del cuello y llega a dibujarme una sonrisa de autosuficiencia. La música es el guión, mi cuerpo el títere. No sé lo que viene a continuación, hoy no hay más exámenes que el de improvisar, el único requisito es hacerlo con firmeza. Aquí las meteduras de pata no son tal si se hacen hasta el fondo. No valen los atrevimientos a medias. Cuando el ridículo es la regla no es ridículo, es seguridad.

Este es un lienzo negro de tres dimensiones y azúcar en las suelas. Cada uno baila como quiere y todas las cartas son póker. Aquí aquel que no quiera poseer nada lo tiene todo. Todo aquel que haga el camino por el placer de caminar (o bailar), gana el oro. Aquí los que encuentran el sentido son los que no le buscan, le sacan de dentro, se le inventan. Se hacen los dueños porque no quieren jefes. Nada importa excepto el momento por unas horas. Y es contagioso. Hoy es hoy, mañana no existe.

Aquí estás, loca juventud. Llegas tarde. Te he esperado metida en estas medias un buen rato, pero has llegado precisamente cuando me he puesto los pantalones y he tirado los zapatos para bailar descalza. No te vayas, tú no. Decían por ahí que eras la fachada de una inmadurez bien vacía. Si no te conociera les daría la razón. De hecho, he llegado a odiarte, a despreciarte cuando los demás hablaban de ti. Pero hora tú y yo sabemos la verdad. Que por unas horas la vida es una cuestión de pies, caderas, miradas y alcohol. Que aquellos que apuntalan su pésimo envoltorio para poder gritarle al mundo que existen están equivocados. Que es exactamente hacia el otro lado. Que la fiesta eres tú y no un local con mucha gente en el que es imposible hablar. Que es una actitud y una sonrisa de pilla. Y sobre todo, y esto es la mejor parte, que no tiene por qué acabar cuando sale el sol porque, el placer, es un estado mental. Pero ellos no lo saben. No lo saben.


La solución para algunos problemas es darles una patada. No todo viene en los libros.


¡Resistencia!

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