martes, 17 de enero de 2017

La buena clase

Qué ha pasado con la elegancia. Qué ha pasado con la música clásica, con la orquesta del otoño, con los violines de violencia cuando la rabia brota como lava. Con la desvergüenza vestida de traje, qué ha pasado. Muchos han perdido a ese director de orquesta que nos controla desde dentro, a ese "miniyo" que agita la batuta apasionado cuando las emociones revientan diques, cuando las palabras dejan de consentir, las teclas de un piano se destrozan, cuando se pulveriza un papel bajo la presión de la tinta. Deberíamos ponerle banda sonora a la vida, o respetar el silencio.



El ruido está matando la poesía de las nuevas generaciones, el saber escribir con gusto, escuchar con inteligencia y hablar con clase, bajándole las bragas a la literatura (y perdónenme por semejante desacato). Alguien que habla con categoría puede desnudarte con palabras mirándote a distancia. Puede hacer que ansíes que no calle, mientras agrava el significado de cada palabra con una media sonrisa. Te encontrará furtiva en una frase, rasgándole la ropa a un secreto. No querrás huir, será un diablo de mirada fija que acaricia las palabras con los labios, hasta que se te caigan las riendas. 

Desearía hacerlo sobre terciopelo y cuchilladas de violines. Qué hay más exquisito que prender fuego con palabras, sin que salten las alarmas de la obviedad más burda. Que caminar como funambulistas sobre los finos hilos de la sutileza, con tacones de elegancia. Señor.

Ese bullicio de alquitrán del mundo que hemos creado está haciendo enmudecer a las emociones, al arte, a los ríos de brillante pensamiento que se desbordan en la mente y el corazón de un rebelde con talento. Y no lo duden, que hay muchos, pero cada vez los pulimos menos. Combatan el ruido, paren sus vidas y fumen escuchando buena música. Escriban un libro sobre su locura, tiren la ropa, desaten su interior en medio del salón. No le tapen la boca a lo mejor de sí mismos, exhiban su verdadera identidad.


martes, 4 de octubre de 2016

Basta

No quiero vestirme más con personalidades retocadas, con versiones de mí adaptadas al ojo que mira. No quiero llevar cada mañana esa cara de derrota, de alguien que ha olvidado que luchó. No quiero ser aquello que no deseé. Tenía sueños.

Era aquella con la certeza de tener un corazón que se desborda, que me llevaría hasta la meta apretando los dientes, allá donde estuviese. Pero el mapa que me dieron resultó ser un panfleto publicitario. No había meta, no había gloria. Nada de ese sudor y esa batalla ganada que le prometí a mi alma. Esta guerra es por permanecer un rato más en el polvo, sin rumbo, por permitir que los segundos se derramen mientras me tapo los ojos. No había premio. Al llegar aquí jugamos al futuro, ebrios de expectativas y juventud, y perdimos. Nuestros sueños resultaron ser un papel de ceniza que alguien sopló. Joder, quién nos engañó. Aún hay restos de culpa en la escena. Quién fue.

Necesito hablar conmigo, hay una conversación muy seria que tenemos pendiente. Voy a ponerme frente a mí y a darme una bofetada en la cara, a gritarme que jamás debo olvidar, que no soy nada más que lo que fui, que debo agradecerme todo lo que he hecho para traerme hasta aquí. Que me levante y empiece a hacer lo que he venido a hacer, por encima de que sea imposible. Que si hay un muro se revienta, que no se me ocurra volver a insultarme con esa falta de cojones, de ilusión, de picardía. Que me debo más respeto.

Después me abrazaría entre lágrimas y me diría lo mucho que me he echado de menos. Me daría un beso y me miraría con convicción para despedirme.

Recupera tus sueños, las circunstancias no tienen derecho a quedárselos. Di “no”, despójate del peso lo antes que puedas y empieza a partirte la cara por lo que soñaste, deja de hacerlo contra el suelo. Vamos, aún recuerdas quién eres.


But the tigers come at night
With their voices soft as thunder
As they tear your hopes apart
And they turn your dream to shame

jueves, 8 de septiembre de 2016

Humo

Ya es septiembre. Una vez más me encuentro aquí, sola en la vigilia de la penumbra. Malditas noches calurosas de Madrid, la jungla de nadie. Me sorprendo acariciando la silla que sostiene el ventilador frente a mi cama, deslizando mi dedo pulgar sobre su acero. Como si fuera ella.



Lo que tengo son jirones de mantas sofocantes, que remueven una y otra vez pensamientos cíclicos, y me pierden en su laberinto. Luz ocre arrojando sombras sobre el gotelé de una habitación lejos de mi verdadera casa. Lo que quiero, por una vez, es lo que necesito. Yo, que parezco de mármol, grito que necesito amor. Maldita debilidad. Y para mí el amor es sobre todo comprensión. Una vez más, no, no será este el texto que sorprenda hablando de otra cosa.

Díganme, en este nuevo mundo tan maravilloso, con su dudosa calidad de vida, su asfalto, sus miles de escaparates de colores, sus relaciones sociales huecas, sus infectos habitantes, la hipocresía de toda la mierda que quieren que sea, la lealtad hecha caricatura, díganme, si hay alguien dispuesto a escucharme, a comprenderme esta noche para que espante a los fantasmas que nacen de la tensión con la que vivo por sentirme fuera de lugar. Quién se enamoraría de la cicatriz, quién besaría la lágrima. Quién estaría dispuesto a abrazarme al final de cada día, a curarme de este mundo al que nunca me he adaptado. Sin que nada se confunda. Sin ir más allá, ni firmar ningún contrato corporal más que el que dicten mis heridas. Quién. A amarme y que yo le ame, le comprenda, le cure. Quién, mil noches seguidas.

Me atormenta la idea de que muera mi pasión sepultada por la mediocridad. Que muera mi poesía esperando el día en que pueda volver a brotar como lava en una caricia, en una mirada. Que mi mente y mi piel nunca vuelvan a ser consoladas, descifradas, amadas. Me atormenta.

Puede que en algún lugar, al que por más que me esfuerce no puedo acceder, haya alguien con el corazón muy roto y los principios intactos. Por favor, que haga esta noche una hoguera y queme sus mordazas diarias, que haga llegar el humo hasta mi ventana, pues que sepa que lo amo, que lo comprendo. Que en realidad no está solo. Que no está perdido, pero que podemos perdernos.

"Amar no es solamente querer, es sobre todo comprender."

Françoise Sagan



Razón y piel, difícil mezcla. Agua y sed, serio problema.

domingo, 14 de agosto de 2016

Marañas a la deriva

Hay una maraña indescifrable. Cada día arroja una certeza que al siguiente vuelve a devorar en sus entrañas, negándola. Qué hay de cierto. Qué hay de cierto si nada permanece, si hasta los muros de hormigón acaban sumidos en los lodos de los confines temporales de las civilizaciones, de la causalidad. 



Creo que las normas, los principios, la sagrada moral, son tan relativos como las perspectivas y tan inestables como lo es el tiempo. Son como un teatro en el que aceptamos participar, para aferrarnos a algo sólido que nos prometa seguridad y calor, aunque sea una rama que flota a la deriva. Para mí no hay nada claro, ya no sé si el camino es hacia la derecha, izquierda o las dos a la vez. Si debo llegar a algún sitio, si tengo prisa o si esperamos a algo. O a alguien.

Ante el atisbo de descubrir lo perdidos que estamos, hemos aprendido que si cerramos los ojos no tenemos miedo. Si cerramos los ojos no hay mar, no hay inmensidad en la que se pierdan nuestras referencias, que nos convierta en máscaras sin rostro, que enmudezca nuestra voz y difumine nuestros objetivos. Si cerramos los ojos somos alguien, no hay maraña. Abrazamos a esa rama, a ese origen en movimiento que permanece fijo en nuestra mente si tenemos fe, y entonces nos sentimos seguros. Flotamos acunados en la ignorancia de nuestros ojos fuertemente cerrados.

Tal vez a esto se juegue aprendiendo a navegar sin rumbo, apretando lo que tienes más cerca contra tu pecho y dejándote llevar. Soltando el timón. Al fin y al cabo, tampoco sabemos adónde vamos, o al menos yo no lo sé. Lo que sí sé es que en este mar, las decisiones, los sentimientos, o brotan de dentro o se irán con la corriente al igual que vinieron. También sé que hay que dejarles la puerta abierta a nuestros huéspedes porque no se quedarán para siempre. Cada uno tiene su deriva, su rumbo sin rumbo. Nuestro único refugio yace dentro de uno mismo.

Recuerda, ten fe, cierra los ojos, apriétalo contra tu pecho. Si crees que no hay maraña, no hay maraña.

martes, 15 de marzo de 2016

Me presento

Hoy cumplo 21 años.

Soy una sonrisa que se desborda en la cara. Una duda que no quiere saber que existe. La seguridad haciendo equilibrismos y el caos practicando meditación. Soy la delicadeza defendiéndose con uñas y dientes. Un error que se repite a sí mismo. Un jardinero en un campo de batalla. Una pena que quiere suicidarse por amor a la alegría. Soy la adicción al riesgo y todas las veces que me he llamado cobardía. El descaro sin fundamento y un silencio lleno de razones. Una niña que escribe sus memorias. Soy una línea quebrada en un gráfico de constancia. Soy un quiero, y un puedo en lista de espera. Una derrota tatuada en la piel. Un número que decide su valor y una ecuación que no quiere resolverse. Soy todos los recuerdos que me contarás dentro de unos años. Una niña que juega con la primera pieza de un dominó.

Tengo una rutina que es cárcel y palacio. Hay un "he vuelto" en busca y captura cuya recompensa soy yo. Un "para siempre" arrugado en la papelera. El dibujo de una varita mágica en mi corcho. Un tachón en mi agenda para este fin de semana. Ya no tengo raíces pero puedo volar. Tengo una mente psicópata encerrada en un rincón de mi cráneo, y otra enamorada de la vida que ya no quiere disimular. Una habitación en la que están prohibidas las fotos. Tengo un armario en el que me encantaría concertar visitas.

Vivo en el tren que une mis dos ciudades. Vivo en un lugar que existe porque trabajo para creer en él. Estudio la elasticidad de los límites desde que tengo memoria. También la manera de olvidar los motivos que tengo para preocuparme. Busco a atención sin llamarla, aunque a veces caigo en la tentación de mandarle un mensaje. Prefiero guardar fotos que rencores. Prefiero lento. Cerca que lejos. Mirar que hablar y tocar que mirar. Me sé el teléfono de una biblioteca a la que nunca he ido, y hace meses que debo dos libros sobre sexo a otra. Ofrezco compañía a cambio de naturalidad. Apunto mis principios para que no se me olviden. Lo único que es imprescindible es la sinceridad.

Soy mía, pero quiero compartir.

domingo, 13 de marzo de 2016

Tacones perdidos

Conozco un lugar, donde la luz viste de noche y arroja lentejuelas de colores que parpadean sobre los cuerpos de tribus tan sólidas como volátiles. Desconocidos se abrazan y saltan en corro, gritando a viva voz que “son la revolución”. El aire engorda en vapor y lame alientos de alcohol. Los posibles son certezas y la debilidad queda en la puerta. Las dudas son antifaces que se dejan en el perchero a 3 euros la vergüenza. Los talones y las miradas se clavan en pasos de bailes inventados, de musas que nunca seré más que hoy, que las soy todas a la vez. Me las creo, se las creen. Hoy lo soy todo.

Fluye, como un calambre cálido. Incontrolable. Empieza en los brazos, pasa por los hombros, sube a través del cuello y llega a dibujarme una sonrisa de autosuficiencia. La música es el guión, mi cuerpo el títere. No sé lo que viene a continuación, hoy no hay más exámenes que el de improvisar, el único requisito es hacerlo con firmeza. Aquí las meteduras de pata no son tal si se hacen hasta el fondo. No valen los atrevimientos a medias. Cuando el ridículo es la regla no es ridículo, es seguridad.

Este es un lienzo negro de tres dimensiones y azúcar en las suelas. Cada uno baila como quiere y todas las cartas son póker. Aquí aquel que no quiera poseer nada lo tiene todo. Todo aquel que haga el camino por el placer de caminar (o bailar), gana el oro. Aquí los que encuentran el sentido son los que no le buscan, le sacan de dentro, se le inventan. Se hacen los dueños porque no quieren jefes. Nada importa excepto el momento por unas horas. Y es contagioso. Hoy es hoy, mañana no existe.

Aquí estás, loca juventud. Llegas tarde. Te he esperado metida en estas medias un buen rato, pero has llegado precisamente cuando me he puesto los pantalones y he tirado los zapatos para bailar descalza. No te vayas, tú no. Decían por ahí que eras la fachada de una inmadurez bien vacía. Si no te conociera les daría la razón. De hecho, he llegado a odiarte, a despreciarte cuando los demás hablaban de ti. Pero hora tú y yo sabemos la verdad. Que por unas horas la vida es una cuestión de pies, caderas, miradas y alcohol. Que aquellos que apuntalan su pésimo envoltorio para poder gritarle al mundo que existen están equivocados. Que es exactamente hacia el otro lado. Que la fiesta eres tú y no un local con mucha gente en el que es imposible hablar. Que es una actitud y una sonrisa de pilla. Y sobre todo, y esto es la mejor parte, que no tiene por qué acabar cuando sale el sol porque, el placer, es un estado mental. Pero ellos no lo saben. No lo saben.


La solución para algunos problemas es darles una patada. No todo viene en los libros.


¡Resistencia!

miércoles, 3 de febrero de 2016

Siempre entran sin llamar

Quiero vomitar lágrimas cuando el nudo se pone frente a mis ojos y me dice: "mira, mira lo perdida que estás. Mira cómo rechazas el amor que no estás segura de haber perdido por no saber recuperarlo. Estás cometiendo errores que os están matando a las dos, y es culpa tuya. Estúpida".

Me poseen los sentimientos con cualquier imagen en mi mente que guarde un poco de veneno, porque estás aferrada a todas las emociones fuertes de mi vida, alegres y tristes, estés o no en sus historias, mi corazón siempre te mezcla con presentes a los que eres ajena. Y me lleva a ti, al vasto mapa de nuestros recuerdos, a fotogramas sepia de la calma y el amor enredados en un despertar. No pretendo hablar, sin embargo, de penas que se arrastran por el suelo y se repiten como los cuentos. Me visitan a veces, pero ese es un capítulo que he escrito y leído muchas veces. Ahora ha venido la autonomía, tímida y muy acomplejada, pero ha venido, y en mí no puedo tener a dos huéspedes tan opuestos e importantes. No puedo atenderles como es debido. Así que uno de ellos solo viene de visita, pero cuando lo hace enmudece hasta el aire.

Ese amor nuestro, vestido de una manera mata pero de otra me hace invencible. Uno lleva un traje negro y camina muy rápido, no tiene tiempo para mí, que soy tranquilidad. El otro ilumina la estancia y siempre le soy suficiente, simplemente porque soy, porque existo. De ambas maneras sé reconocerlo: es el mismo. Pero qué opuestas son sus consecuencias. Son tan sutiles las diferencias entre los extremos… Las pequeñas teclas del desequilibrio están hechas para fabricantes de violines, no para animales inexpertos.

Quién sabe de la verdad, si ni los protagonistas cuentan la misma historia. Quién sabe cuál es la solución entonces. Tal vez sea la de siempre, la que te dicte el corazón y nos olvidamos de los peros. Pero bien es cierto que hay condiciones a las que el corazón no está dispuesto a renunciar, que a veces tiene que venir la razón a rescatarle de su caldo volcánico de emociones para recordarle las líneas rojas tras las que se sabe echado a perder en una espiral sin retorno. Aunque, hay que reconocerle también que su tarea no es “saber”, que eso se lo deja a otros, despreocupado y epicúreo como es siempre. Qué rebelde tan encantador. Y es que si de lo que hablamos es de renunciar, el corazón no tiene límites. Tal vez sea precisamente en esa ola destructora en la que resida su arrolladora belleza. Belleza y poder. Poder desatar con un gesto una sublevación de emociones. Poder arrasar un corazón con una canción que entró sin llamar, y en la que se esconden tribus de recuerdos. Poder desviar unos ojos con el caminar de unas caderas desequilibradas. Belleza y poder. Amor y poder.


Poder arrasar un corazón con una canción que entró sin llamar, y en la que se esconden tribus de recuerdos.